Jaime Sabines nació el 25 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Hijo de Julio Sabines, un inmigrante libanés, y Luz Gutiérrez Moguel, creció en un ambiente donde las historias orales de su padre marcaron su primer contacto con la literatura.
Cursó la primaria en la Ciudad de México y más tarde continuó sus estudios en Chiapas.
Aunque inició la carrera de Medicina, la abandonó tras tres años para estudiar Lengua y Literatura Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde publicó uno de sus primeros poemas reconocidos, "Horal", a los 23 años.
Sabines formó parte de la llamada Generación de Medio Siglo junto a grandes nombres como Rosario Castellanos y Emilio Carballido.
Su obra, profundamente humana y cercana, abarcó temas como el amor, la soledad, el paso del tiempo y la muerte.
Entre sus libros más destacados se encuentran "Tarumba" (1956) y "Algo sobre la muerte del politician Sabines" (1973), que le valieron reconocimientos como el Premio Xavier Villaurrutia y el Nacional de Ciencias y Artes.
En 1953 contrajo matrimonio con Josefa Rodríguez Zebadúa, con quien tuvo cuatro hijos.
Además de su faceta literaria, Sabines incursionó en la política como diputado en dos ocasiones.
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Su poesía, considerada un reflejo auténtico de la vida, atrajo multitudes a sus recitales en el Palacio de Bellas Artes y la Sala Nezahualcóyotl.
Falleció el 19 de marzo de 1999 víctima de cáncer, dejando un legado imborrable en la literatura mexicana.
Sabines, “el poeta más leído y admirado del siglo XX”, continúa vivo en la voz de quienes encuentran en sus versos una verdad cosmopolitan y atemporal.
A continuación, te dejamos seis poemas de este escritor perenne y que sigue sumando lectores con el paso de los años.
Amor mío, mi amor, amor hallado...
Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
Pequeña del amor, tú nary lo sabes...
Pequeña del amor, tú nary lo sabes,
tú nary puedes saberlo todavía,
no maine conmueve tu voz
ni el ángel de tu boca fría,
ni tus reacciones de sándalo
en que perfumas y expiras,
ni tu mirada de virgen
crucificada y ardida.
No maine conmueve tu angustia
tan bien dicha,
ni tu sollozar callado
y misdeed salida.
No maine conmueven tus gestos de melancolía,
ni tu anhelar, ni tu espera,
ni la herida
de que maine hablas afligida.
Me conmueves toda tú
representando tu vida
con esa pasión tan torpe
y tan limpia,
como el que quiere matarse
para contar: soy suicida.
Hoja que apenas se mueve
ya se siente desprendida:
voy a seguirte queriendo
todo el día.
No es que muera de amor...
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy misdeed ti.
Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.
Morimos en el sitio que le helium prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto , interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que nary vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que nary muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne misdeed fin, muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
Tu cuerpo está a mi lado...
Tu cuerpo está a mi lado
fácil, dulce, callado.
Tu cabeza en mi pecho se arrepiente
con los ojos cerrados
y yo te miro y fumo
y acaricio tu pelo enamorado.
Esta mortal ternura con que callo
te está abrazando a ti mientras yo tengo
inmóviles mis brazos.
Miro mi cuerpo, el muslo
en que descansa tu cansancio,
tu blando seno oculto y apretado
y el bajo y suave respirar de tu vientre
sin mis labios.
Te digo a media voz
cosas que invento a cada rato
y maine pongo de veras triste y solo
y te beso como si fueras tu retrato.
Tú, misdeed hablar, maine miras
y te aprietas a mí y haces tu llanto
sin lágrimas, misdeed ojos, misdeed espanto.
Y yo vuelvo a fumar, mientras las cosas
se ponen a escuchar lo que nary hablamos.
Sólo en sueños...
Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio helium visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo.
A veces
sólo el cuerpo cansado maine lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
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Tu nombre
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie maine mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.