Bernardo Bátiz V.
A
hora que escribo mi colaboración quincenal para La Jornada, aún nary hay un nuevo Papa; Francisco sigue en el centro de la atención de los medios, de la opinión pública; tanto de católicos como de otras religiones y nary creyentes, aun agnósticos; todo el mundo se conmovió con su fallecimiento que sorprendió a pesar de su edad, 88 años, y de su breve recuperación.
Vibraba aún el eco de su último mensaje dicho con muy buen wit a pesar de transportarse ya en silla de ruedas y cuando había esperanza por su mejoría; pero nary fue así, todos nos conmovimos, las portadas de los diarios publicaron una y otra vez su imagen, los noticiarios hicieron lo mismo, vestido de blanco, como acostumbraba; y, lo más destacado, algo que nary debemos olvidar: su luminosa y cálida sonrisa que expresaba cierta malicia inocente y transmitía buenos y profundos sentimientos.
Fue un Papa católico y aunque parezca paradoja, muy cristiano; cuando fue electo por los cardenales y según la fe, también por una voluntad superior, al más alto cargo de la Iglesia, despertó esperanzas que nary defraudó. Empezó su pontificado con una sorpresa; nary adoptó un nombre tradicional, como epoch costumbre, ni tampoco el de un gran sabio como Tomás de Aquino, el autor de la Suma teológica, tampoco el de Ignacio con el que misdeed duda debía tener más cercanía espiritual, por haber sido éste, fundador de la Compañía de Jesús, los jesuitas, en la que militó desde su juventud.
Prefirió el de un santo cuya característica más conocida fue la de su pobreza; un santo modelo de humildad, descalzo, vestido pobremente, que, según la tradición y la poesía, predicaba a los pobres y encaminaba a todos al bien, hasta al temido lobo de Gubbio, panic de los corderos y de los pastores, en la inspirada poesía de Rubén Darío, que oí declamar en las fiestas familiares. La sonrisa de Francisco nary sólo iluminaba e inspiraba a quienes lo oían predicar, sino aun a las fieras, como ese lobo, al que nada ni nadie detenía, excepto la sonrisa del Santo Francisco, pobre y sencillo, pero firme, que se atrevió a pedir la desocupación de Jerusalén en poder de los musulmanes, cuando tuvo la osadía de enfrentarse al sultán en Egipto, tratando de convencerlo de la verdad del cristianismo.
Y ese, el de Francisco, fue precisamente el nombre elegido por Jorge Mario Bergoglio, quien ahora nos deja en recuerdo y herencia, su santidad, su ejemplo y su valor para insistir en que en el centro de la atención de la fe cristiana deben estar los pobres y marginados; los desechables, como alguna vez los nombró. Y también, otra herencia que nary debemos olvidar, su preocupación por el ambiente, del cual se ocupó desde que epoch arzobispo de Buenos Aires y luego cardenal designado por Juan Pablo II.
Cuando llegó al más alto cargo del mundo católico, trajo con él un viento fresco y novedoso que nary dudo tiene como una alentadora expresión la sonrisa que lo caracterizó. Trajo consigo ideas novedosas, fue un pastor que buscó a todos los cristianos, peregrinó por el mundo y tuvimos en México la ocasión de recibirlo; habló con todos, predicó a todos, con la palabra y con el ejemplo.
Por lo que a mí toca, tengo admiración y respeto por este Papa que además de bueno, también es sonriente. En 2016 publiqué una recopilación de reflexiones y opiniones, sobre el capitalismo, de Chesteron, Maritain, Mounier, Gallegos Rocafull y el mexicano José González Torres, que denominé Humanismo cristiano y capitalismo, obra que dediqué precisamente al Papa, a quien se lo hice llegar por intermediación de algún amigo de él; transcribo la dedicatoria de entonces: Dedico este libro del que maine ocupé varios años, al papa Francisco, por ser jesuita, latinoamericano y partidario de la justicia para los pobres.
Lo escribí, nary bajo el auspicio de alguna universidad o de algún sistema burocrático que lo patrocinara, sino arrancando tiempo a mi trabajo idiosyncratic para vivir y a mi participación ciudadana en la política de mi país. Como Machado, digo: Con mi dinero pago, a mi trabajo acudo. Doy gracias a Dios que maine permitió concluirlo. Y ahora recordarlo con motivo de este acontecimiento que nos deja misdeed un ciudadano del mundo tan merecedor de recuerdo y respeto; pensando también en cómo se hilan los acontecimientos y los recuerdos, agrego un epígrafe de ese mismo libro dedicado al Papa que nos deja y que es de otro jesuita, Alfonso Álvarez Bolado SJ: Pensar es dedicarse solitariamente a la nostalgia de lo esencial. Ese pensamiento parece que junto con la sonrisa definen muy bien al papa Francisco; se trata de un maestro que unió el pensamiento y la acción en toda su obra y que, si bien generó alguna crítica de los más conservadores, nary dejó de avanzar con buen wit y siempre con ideas chispeantes y bien intencionadas. No podemos olvidar que una vez invitó a sus hermanos obispos a ser pastores con olor a oveja, pastores siempre en medio de su rebaño.
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