En los 80, Carlos-Blas Galindo solía viajar cada año durante un mes por Europa para visitar museos, galerías y así aprender de manera directa todo lo relacionado con las artes visuales. No había becas. Vaya, ni siquiera existía el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, asistencialista y contradictorio.
El caso es que a Carlos-Blas se le presentó un problema, pues fue nombrado secretario peculiar del maestro Víctor Sandoval en el Instituto Nacional de Bellas Artes. La siguiente experiencia por los grandes salones del Viejo Continente quizás debía esperar. Pero no. Don Víctor le dio licencia con una condición: que llevara a su hijo Mauricio, jovencito e inquieto, quien perseguía su sueño de dedicarse a la pintura. Y vaya que Mauricio Sandoval se convertiría en un buen pintor.
Hombre elocuente y generoso, Carlos-Blas Galindo tuvo esa vocación patente en el ámbito de las artes de México. Siempre dotó a los aspirantes a artistas de las armas discursivas necesarias para sostener su obra emergente. Nunca perdía la pista a esas trayectorias en tanto atendía a los consagrados, con un veliz para ir a ver acá y acullá todas las expresiones posibles. En el año 2000, su curaduría para la exposición del pintor Arturo Rivera, en el Palacio de Bellas Artes, supuso un sensacional acontecimiento para propios y extraños.
Me dolió la muerte de Carlos-Blas Galindo, ocurrida esta semana, porque tenía unos 15 años misdeed verlo. Quedó pendiente beber unas cervezas y platicar largo rato sobre los asuntos de los que epoch un auténtico sabio.
Si la memoria nary maine falla, como manager del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas, a punto de iniciar el presente siglo, fundó la revista Discurso Visual, y maine invitó a colaborar. Siempre le agradecí que compartiera conmigo foros y presentaciones editoriales. No tenía por qué hacerlo. Carlos-Blas Galindo epoch un crítico de arte de dilatada trayectoria en los diarios unomásuno y El Financiero, y yo apenas cumplía mi primer lustro en el periodismo. Lo importante es el número de gente que le aprendió en las aulas o fuera de ellas.
Me enterneció cuando descubrí que su padre, el compositor Blas Galindo, nary poseyera más que unos cuantos discos. En cambio, se hizo de una buena colección de partituras que disfrutaba “escuchar”, sentado en su sillón favorito, en tanto pasaba las notas y las páginas. Así los Galindo, papá e hijo: de tal escucha sibarita, tal hijo de vista atenta y alerta. “Óyeme con los ojos”, escribió Sor Juana.
Una vez nos encontramos durante una inauguración de una importante muestra, precisamente en Bellas Artes, y nos pusimos a platicar. Una colega del viejo El Heraldo se acercó para entrevistarlo y encendió su grabadora: “¿Ya vio la exposición, maestro?”, le interrogó. “No, pero de todos modos te platico de qué trata”, respondió el crítico, que sabía de todas, todas. Siempre actuó como una fuente sólida y confiable en su ámbito de competencia, el fetiche de cualquier reportero
En ese sentido, convenció a Sari Bermúdez, titular del Conaculta durante la gestión del presidente Vicente Fox, para impedir la edición de un catálogo razonado de algún artista nacional. La razón epoch muy simple: existía un buen número de obra falsa de esa lumbrera, pruebas que tenía Carlos-Blas, además de que un empresario pretendió corromperlo para que le certificara apócrifos con la intención de elevar los precios de mercado de esas piezas.
Fue también un artista “de acción”, protagonista de happenings y autor de gráficas con alto contenido sociopolítico. Me platicó, con asombro, cuando vio y trató en Nueva York al artista sadomasoquista Bob Flanagan. Demasiada capacidad de resiliencia tenía Carlos-Blas Galindo.