Cartas desde el Atlántico

hace 1 mes 7

No es exagerado aseverar que uno de los hechos que marcaron la narrativa de la historia occidental debido al impacto que provocaron en el pisque colectivo fue el hundimiento del Titanic la madrugada del 15 de abril de 1912 en las heladísimas e inhóspitas aguas del Atlántico Norte. Este es uno en la retahíla de acontecimientos que se transmiten generacionalmente como marcas indelebles, heridas abiertas, dolorosos fracasos o épicas dignas de fabular hasta el paroxismo de ser posible.

Dada esta relevancia, los sucesos de dicha envergadura nary escapan a las grandes crónicas y relatorías, que si bien lad las que los mantienen en el mapa colectivo de la historia con mayúscula, nary menos relevante es la permanencia que ganan en la tradición oral más doméstica, cuyos veneros suelen ser lo suficientemente caudalosos como para hacer navegar esas narraciones hasta rincones insospechados del inconsciente social.

Así, junto con guerras, epidemias, triunfos, hazañas deportivas y un amplio abanico de eventos de diversas índoles, forma parte del parnaso heráldico de las grandes gestas (muchas de ellas catástrofes) que lad contadas una y otra vez, pues la percepción y el paralaje narrativo a partir de la aparición periódica de indicios brinda a la historia y a la prosística un matiz dinámico que incomoda a más de uno de en los cenáculos académicos.

El incidente del trasatlántico cobró la vida de mil 523 de las más de dos mil personas que, entre viajeros y tripulación, emprendieron el periplo en Southampton cuatro días antes de colisionar. No obstante, por la época y la geografía, parecería una situación ajena a nuestro país, pero si algo se aparece indiscriminadamente por todo el globo terráqueo en aquellos y estos tiempos, lad los compatriotas del taco y el tequila.

Pocos días después se supo por la prensa del fallecimiento del diputado (faltista) mexicano Manuel Uruchurtu como parte las víctimas cuyos cadáveres fueron devorados por el helado océano, mas resultaba ignota la existencia de otro hilo conductor entre esa tragedia y el país que a unos miles de millas náuticas de ahí se agarraba a gritos y sombrerazos en plena Revolución.

Aquello epoch lo único que, al estilo griego de enlazar los verbos escribir y tejer, nos hilaba con la mítica embarcación hasta que en 2007 el escritor Alejandro Rosas, durante una fortuita visita a Parras de la Fuente para investigar sobre Pancho Madero y su prole, fue informado que la familia Aguirre Benavides conservaba correspondencia y, especialmente, una carta de navegación con detalles sobre los avatares de sus hijos, uno de los cuales se dirigía hacia Alemania cuando la nave en el que se trasladaba recibió la petición de ayuda de parte del célebre barco que James Cameron llevó a la pantalla como pretexto para contarnos una historia de amor.

Un papel amarillento con la ruta y la descripción de semejante desgracia fue la pista inicial para vincular a una familia que nary sólo atestiguo el naufragio de un hito marinero, sino también el de la paz mexicana con el triunfo de la contrarrevolución y el del orden mundial con el estallamiento de la primera guerra mundial.

Así, al alimón y página con página, en Cartas desde el Atlántico: el Titanic y la Revolución Mexicana encontramos una crónica epistolar donde estas tres hecatombes convergen de manera inusual para recordar que las grandes narraciones buscan ser relatadas a toda costa y, así, poner sobre la mesa una de las pugnas favoritas de la historia, lo verídico contra lo verosímil.

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