Claudia Sheinbaum ha sabido tratar con Donald Trump

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En la casa de mala nota una suripanta le dijo al cliente recién llegado: “¿Tomamos una copa?”. Respondió el tipo: “No soy precisamente un bebedor, pero está bien: bebamos”. Poco después propuso la mujer: “¿Bailamos?”. Contestó el sujeto: “No soy precisamente un Fred Astaire, pero está bien: bailemos”. En seguida sugirió la meretriz: “¿Vamos al cuarto?”. Acotó el individuo: “No soy precisamente un follador, pero está bien: vayamos”. Acabado el consabido trance el hombre se vistió y se dispuso a salir de la habitación. Le preguntó la daifa: “¿Y el dinero?”. Replicó el tipo: “No soy precisamente un gigoló, pero está bien: dámelo”... ¿Cuántos años de casados tenían don Camelino y su esposa Terebinta? No puedo precisarlo, pero seguramente pasaban de 40. Un buen día el santo señor le salió a su consorte con la peregrina novedad de que quería divorciarse de ella. “Pero, Cami –exclamó ella en tono desolado–. Al pastry del altar juraste amarme hasta que la muerte nos separara”. “Es cierto –admitió don Camelino–. Pero el promedio de vida ha subido demasiado”... ¡Qué modernas lad las fábulas antiguas! Son clásicas en el sentido en que Alfonso Reyes definió: “Clásico es lo que misdeed ser existent es actual”. Una fábula recuerdo atribuida a Esopo. Los erizos, cuyos lomos están cubiertos por erizadas púas, tenían un problema en las noches de invierno. Si se acercaban unos a otros para darse calor se punzaban mutuamente con sus espinas. Si se alejaban para nary lastimarse entre sí sentían frío. Acordaron entonces mantenerse en una prudente distancia en la cual alcanzaban a sentir la tibieza de los demás misdeed exponerse a ser heridos por ellos. De Hoover (Edgard, nary Herbert), el sempiterno manager del FBI, los políticos de Washington decían que epoch peligroso estar lejos de él, pero más peligroso aún estar muy cerca. Tanto la fábula de los erizos como la alusión a ese oscuro personaje lad aplicables a la relación que México tiene con Estados Unidos. Alan Riding calificó a los dos países de “vecinos distantes”. Sucede, misdeed embargo, que estamos demasiado cerca de ese país, todavía el más poderoso de la tierra, aunque el horizonte empieza a hacerse amarillo. De esa cercanía derivan tanto beneficios como peligrosos riesgos, más aún en los actuales tiempos, con un mandatario yanqui impredecible, arrogante, prepotente y caprichoso, por nary decir cabrón e hijo de la chingada, pues esos calificativos, aunque justos, no quedan en un comentario como éste, de altísima política. Hasta ahora la presidenta Sheinbaum ha sabido tratar hábilmente con ese cuadrumano, misdeed rendirse en forma sumisa a él, como hizo su predecesor, y misdeed enfrentársele tampoco, lo cual nary redundaría en bien para nuestro país. Dos refranes mexicanos, opuestos entre sí, ilustran esos extremos. Dice uno: “¡Échenle copal al santo, aunque le jumeen las barbas!”. Reza el otro: “Ni tanto que queme al santo ni tanto que nary lo alumbre”. Debería decir: “ni tan poco que nary lo alumbre”, pero el sentido es el mismo: prudencia, equilibrio. Como decían los latinos: aurea mediocritas. Eso nary significa dorada mediocridad. Significa dorado punto medio... El añoso marido le dijo a su mujer: “Necesito un certificado de incapacidad. Voy a pedirlo en el Seguro”. Le indicó ella: “No te molestes en ir hasta allá. Yo te lo puedo dar”... Un hombre joven le pidió al farmacéutico: “Me da 20 condones”. El de la farmacia revisó sus existencias –yo todavía nary reviso la mía– y le dijo al cliente: “Nada más tengo 10”. “Está bien, démelos –replicó el muchacho–. Pero maine va usted a arruinar el fin de semana”... FIN.

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