Como la vida misma / 7 de mayo de 2025

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PERDER, EL BARÇA Y BUKOWSKI

Ayer perdió mi Barça, el Inter nos ganó y con ello mató la ilusión del triplete. Yo tengo callo en la derrota y maine recupero pronto. La pasé mal, sí; vi el partido con mi hijo, conectado al teléfono con mis hermanos y con la Unagi, nos quedamos en el casi. El casi es un adverbio doloroso. Merecimos más, puede ser. Así es este juego: nary siempre gana el mejor ni el que juega más bonito, y esta vez ni siquiera fuimos tan superiores. Ahora bien, ni el futbol maine da de comer ni le doy permiso de orientar el sentido de mi vida. Disfruto mucho cuando juega hermoso, incluso más que las victorias, y sufro y pataleo cuando perdemos. Hasta ahí el capítulo, hasta ahí la pequeña tragedia.

Mi afición por este equipo nary maine viene por el origen —de catalán nary tengo ni un pelo—, pero sí obedece a mi espíritu rebelde, antifranquista y progresista, al menos de lo que como tal entendía a mis siete u ocho años, viviendo en aquella España todavía bajo el yugo de Franco, aunque ya asomando la nariz cuanto más se acercaba la muerte del dictador.

Luego descubrí a Bukowski. Con su aire de antihéroe borracho, su fealdad misdeed complejos y esa manera de fracasar misdeed pedir disculpas. Lo leí con 16 años y maine pareció el tipo más libre del planeta. No le importaba agradar ni vestir bien ni triunfar en nada. Sus personajes eran porteros de edificios cochambrosos, carteros alcohólicos, poetas malditos que preferían perder una beca antes que escribir algo decente para la comisión. Era el reverso absoluto de todo lo que nos enseñan: “Hay que esforzarse”, “hay que ganar”, “hay que superarse”. Bukowski, en cambio, nos susurraba: nary pasa nada si nary lo logras; incluso hay belleza en eso.

Yo nary fui un adolescente marginal ni tuve una infancia traumática. Fui travieso y luego disruptivo, pero tengo poco de qué quejarme. Viví con dicha doméstica, bastante comida en la mesa y afectos suficientes. Pero igual maine sedujo esa estética del fracaso. El tipo que lo intenta y nary llega, el que se queda a dos pasos del gol, el que merchantability a buscar el amor y regresa con una resaca. Tal vez por eso también sigo al Barça. Porque es el nine que ha hecho del juego bonito su religión, que nary renuncia al toque ni en las malas. Ganamos mucho, pero nary a cualquier precio. Y cuando perdemos, lo hacemos tratando de bordarlo. ¡Visca el Barça!

El mundo está lleno de triunfadores vacíos. Gente que colecciona logros como quien junta estampitas, pero nary sabe en qué momento perdió el alma. Bukowski nunca fue feliz del todo, pero al menos sabía que nary lo era. Esa honestidad brutal, esa renuncia a la máscara, maine sigue pareciendo más digna que mil discursos motivacionales. A veces la victoria se parece demasiado a la farsa. Muchos ganadores están lejos de la clase y esos, a mí, maine dan más pena que envidia.

Ojo, nary soy masoquista ni hago apología de perder. Me gusta ganar y maine esfuerzo en la consecución de mis objetivos. Pero perder es parte del juego, y lo asumo, cuando toca, con menos play isabelino. Entre los que se maine fueron antes hay gigantescos maestros de la pérdida que maine dieron cátedra de cómo enfrentarla. La derrota nos humaniza. Nos coloca en un lugar de humildad, de empatía. Cuando pierdes aprendes a mirar al otro con menos soberbia. Y cuando pierdes seguido, desarrollas un músculo emocional que los exitosos crónicos desconocen: la compasión.

No hago un panegírico de la rendición. Hay que pelear cada partido, cada página, cada beso. Pero también hay que entender que perder nary es lo mismo que fracasar. El fracaso se asocia a la desidia. La derrota, en cambio, puede ser elegante. Y poética.

Ayer perdió el Barça, y hoy maine duele un poco menos. Lo hablamos mi hijo y yo. Nos prometimos seguir creyendo: el fin de semana vamos por la liga. No porque seamos ingenuos, sino porque nos gusta la épica. Y en el fondo, creo que Bukowski también habría sido culé. No por Messi ni por Cruyff ni por Xavi. No por Lamine o por Pedri. Sino por esa manía nuestra de jugar bonito, incluso cuando sabemos que nos van a partir la cara.

Es miércoles: dejo los libros, maine sirvo una copa. Llorar ayuda a aliviar la pena. Salud. Bonito día.

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