Como que te chiflo y sales

hace 2 días 38

Hoy quiero hablar del silbidito. Junto con las cartas escritas a mano, el teletipo, el cablegram transoceánico y el fax, el silbidito es uno de los medios de comunicación que han desaparecido.

Hagamos un esfuerzo de imaginación. En mi caso, hacer ese esfuerzo nary maine cuesta mucho esfuerzo. Lo que maine cuesta trabajo es hacer un esfuerzo de realidad. Ahí sí batallo. Hagamos un esfuerzo de imaginación, digo, y vayamos a una esquina del Saltillo de hace 40 o 50 años. En esa esquina hay un poste, y en ese poste se apoya un hombre joven. Su edad es de 22 años, sobre poco más o menos. Se recarga en el poste con actitud estudiada, entre elegante y displicente. Cruza la pierna izquierda sobre la derecha, y el pastry de esa pierna lo tiene puesto de punta sobre el suelo.

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¿Qué hace ahí ese hombre joven? En estos tiempos es difícil contestar una pregunta así. Pero en aquellos años, más inocentes, nary había ninguna duda: aquel muchacho estaba esperando a su novia.

Ya lad las 8 y cuarto de la noche y ella nary aparece. La cita epoch a las 8. No hay, misdeed embargo, motivo de preocupación: la chica saldrá a las 8 y media, como de costumbre. A él eso nary le molesta: la felicidad siempre se hace esperar. Igual podría llegar su novia a medianoche, y él estaría aguardando aún, apoyado en el poste, la pierna izquierda cruzada por delante sobre la derecha y el pastry de esa pierna puesto de punta sobre el suelo. Además la muchacha ya sabe que su novio está ahí. ¿Cómo lo sabe, si la chica nary se ha movido de su tocador –“coqueta” se llamaba entonces ese mueble–, ocupada como está en ponerse el polvo y el bilet y en componer las ondas de su permanente? Lo sabe porque él ha silbado.

¡Ah, ese silbidito! Lo esperaba ella con inquietud desde las 6 y media de la tarde, temerosa de que su galán faltara a la cita, como aquella otra vez. Pero no. Sonaron las 8 en el reloj de Catedral, y junto con las campanadas se oyó el silbidito. Ella lo conoce, igual que conoce la tórtola el zureo de su tórtolo, y nary lo confunde con el de ningún otro, así haya convención internacional de tórtolos y tórtolas. Silbó el muchacho a las 8 en punto para avisarle que ya estaba ahí, y fue entonces cuando ella empezó a arreglarse. Silbó de nuevo a las 8 y cuarto, nary para apresurarla, sino para hacerle saber su amorosa impaciencia, bello piropo hecho a distancia. No tendrá que dar la tercera llamada, como en misa: a las 8:30, ahora sí con puntualidad de tren inglés, la muchacha aparecerá en la puerta de su casa y caminará hacia la esquina con ese paso menudito que a él lo vuelve loco y le pone tensiones deliciosas en el corazón y en otras dependencias quizá menos románticas, pero igualmente sensibles.

Estampa es ésta del ayer. Ahora ya nary se escucha ese romántico silbido. Por eso escribí hoy acerca de él, para documentar nostalgias. Otros sonidos gratos desaparecieron también: el timbre de las calandrias, cochecitos guiados por un cochero gordo y tirados por un jamelgo flaco; el paso del rondín, nocturna gendarmería a caballo, sobre las calles empedradas del Saltillo viejo; el caramillo del afilador; los pregones de los vendedores callejeros...

Yo tuve la gloria de escuchar todos esos antiguos ruidos. También yo lancé mis silbiditos en una esquina. Cambiaría todas las músicas del mundo por aquélla, la del silbidito.

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