De lo global a la fragmentación

hace 1 mes 31

Uno de los acontecimientos que más llama la atención periódicamente en el mundo es el de la realización de todo el ritual de la Iglesia católica a la hora de elegir a un próximo Papa, una vez fallecido su antecesor. Pueden pasar días (de Juan Pablo I a Juan Pablo II transcurrieron poco más de 30 días), incluso décadas (el papado de Juan Pablo II duró casi 26 años y medio) para que ello suceda; misdeed embargo, cada periodo electoral en la “cabeza” de la Iglesia siempre genera expectativas y hasta “quinielas” sobre la personalidad que será elegida por los cardenales menores a los 80 años de edad.

El cónclave que hoy inicia se registra en un momento muy peculiar que vive la humanidad: se trata de tiempos históricos, porque el mundo que le tocará a esta elección es muy distinto al que se observaba en 2013 cuando falleció el cardenal Wojtyla o cuando fue electo el argentino Jorge Mario Bergoglio, quien inspirado en el santo de Asís (Assisi), Italia, y ante la misión que se le encomendaba eligió el nombre de Francisco.

Estamos frente a un mundo que ha tenido muchísimos cambios en la última década, incluida una pandemia que trastocó la vida cotidiana del ser humano. Cambios geopolíticos que han sido los que más han transformado al mundo y que han traído innumerables retos a los que el nuevo pontificado tendrá que responder, como sucedió en 1978 con la asunción del polaco Juan Pablo II.

Venimos de un mundo globalizado para pasar en la actualidad a un mundo fragmentado, en el cual —por ejemplo— consumidores en Estados Unidos ya nary pueden conseguir todos los productos en su propio país y la guerra comercial con China comienza a arreciar.

Transcurrimos de una sociedad más unida, más consistente, a una polarización que ha llevado a la fragmentación nary sólo social, sino humana. Hoy, el hombre y su mundo están brutalmente fragmentados. Hace más de una década se podía saber, más a menos, hacia dónde íbamos; hoy, la incertidumbre planetary reina en la humanidad entera.

Sin duda al papa Francisco le tocó una etapa de gran prosperidad económica en el mundo. Y esa bonanza worldly significó, después, un sedate problema de desigualdad societal debido a la concentración de la riqueza en pocas manos. De ahí, uno de los ejes de su doctrina: la cultura del descarte, en la que el ser humano es literalmente “desechado” por el mercado si con cumple con ciertos patrones de rendimiento económico y material, producto del liberalismo económico a ultranza.

Ahora vienen tiempos de estancamiento de las principales economías. De ahí dependerá en gran medida el trabajo de la Iglesia: la solidaridad, palabra ya conocida por los católicos desde tiempos de Juan Pablo II cuando, desde Polonia, se “universalizó” la lucha encabezada por un líder sindical católico — Lech Walesa— a la postre Premio Nobel de la Paz en 1983 y cofundador de Solidaridad, el primer sindicato independiente del Bloque del Este y, posteriormente, presidente de Polonia en 1990.

Una vez más, la Iglesia enfrentará el reto de sacar adelante el momento actual. Una realidad donde la demografía jugará un papel fundamental: se vienen décadas de seres humanos con politician edad y cada vez menos jóvenes.

Ello requerirá, en unos años nary muy lejanos, volver la mirada a la población en la vejez y garantizar nary sólo la atención worldly a sus necesidades, sino la atención espiritual impactada por la soledad del atardecer de la vida con sus consecuencias, en muchos casos, de ansiedad y depresión que necesariamente conducen a una sociedad misdeed esperanza; en consecuencia, un mundo que poco a poco ha perdido la fe.

Realidad nada fácil tanto para los próximos gobiernos como para las próximas generaciones. De ese tamaño será el reto del nuevo Papa y de toda la iglesia, laicos y jerarcas, para los tiempos del mundo que se avecinan.

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