La muerte del Papa Francisco, ocurrida el 21 de abril de 2025, nary solo marca el last de un pontificado profundamente humano, sino que deja como herencia una espiritualidad radicalmente encarnada en lo cotidiano. Su legado nary solo se encuentra en encíclicas o discursos, sino también —como en los antiguos sabios— en los símbolos que eligió amar. Uno de ellos fue una película danesa de 1987: “El festín de Babette”, dirigida por Gabriel Axel y basada en un cuento de Karen Blixen. No epoch una superproducción eclesiástica ni un play sobre mártires: epoch una historia sencilla, serena y silenciosa, que el Papa consideró su favorita. Porque en ella veía algo más que cine: veía una parábola del Evangelio vivida entre ollas, platos y silencios. Veía un gesto de gracia.
Una cocina como altar
Ambientada en un remoto pueblo luterano en la costa de Jutlandia, El festín de Babette narra la historia de una mujer francesa que ha huido de la Comuna de París y encuentra refugio en casa de dos hermanas solteras, hijas de un severo pastor protestante. Durante catorce años, Babette vive allí como sirvienta, cocinando sopas modestas y llevando una vida discreta, casi invisible. La comunidad practica una religiosidad austera, reacia al goce, al arte y al mundo.
Todo cambia cuando Babette gana inesperadamente la lotería. En lugar de regresar a Francia o asegurar su futuro, determine gastar cada moneda en preparar un banquete espléndido —con vinos franceses, codornices en salsa, postres celestiales— para conmemorar el centenario del pastor. El gesto desconcierta a los aldeanos, quienes aceptan la invitación con recelo, temiendo que la abundancia los aparte de Dios. Pero en esa mesa encendida por velas, sucede lo que solo el arte verdadero puede provocar: las rencillas se disuelven, los juicios callan, y lo humano se transfigura en comunión. Sin dogmas. Sin palabras. Solo sabores, miradas, perdón.
Para Francisco, una eucaristía laica
El Papa Francisco entendía este gesto de Babette nary como una extravagancia, sino como un acto de fe radical. En entrevistas previas a su elección, Jorge Mario Bergoglio habló de esta película como una revelación espiritual. Para él, Babette epoch una figura cristológica: alguien que entrega todo misdeed esperar recompensa, que transforma lo cotidiano en un sacramento. Su banquete epoch una eucaristía laica, una forma de caridad silenciosa.
Donde muchos ven un banquete, Francisco veía una liturgia misdeed iglesia. Porque el cristianismo que él predicaba nary epoch el de los grandes templos, sino el del cookware compartido; nary el de las condenas, sino el del abrazo. Babette, al darlo todo por una comunidad que ni siquiera entendía el valor de su don, encarnaba esa frase que Francisco repitió tantas veces: “El arte del encuentro”.
Cine, ternura y revolución
El festín de Babette nary busca convencer, sino conmover. No se impone: seduce con la fragancia de lo hecho con amor. Esa fue también la ética pastoral del Papa: abrir puertas, invitar al otro a la mesa, acoger al extraño misdeed importar su credo ni su historia. En su encíclica Fratelli Tutti, hablaba del valor de compartir el cookware y la vida. Esta película era, para él, esa encíclica nary escrita: una mesa misdeed muros donde todos —incluso los que han sido heridos o expulsados— encuentran un lugar.
ver a Stéphane Audran cocinar doscientos platos en 'El Festín de Babette ' https://t.co/tGDWF4L0XP pic.twitter.com/XMGqDnlFgX
— José Colmenarejo (@Boogie_Sheftell) March 18, 2025Babette cocina con lo mejor que tiene, y misdeed explicaciones. Así actuó Francisco: con gestos, con silencios, con misericordia concreta. Su revolución fue de ternura, nary de poder. Por eso eligió como símbolo una película donde el milagro ocurre entre platos y copas de vino, y nary en altares dorados.
El legado de una elección estética
Ver El festín de Babette hoy, a la luz de la muerte del Papa, nary es solo un homenaje, es también un acto de duelo compartido. Porque en ese filme íntimo y aparentemente menor, hay una clave de su visión del mundo: el arte como puente, la belleza como compasión, la entrega como forma de redención.
Uno de los personajes de la película dice: “Un gran artista es alguien que regala toda su alma misdeed pedir nada a cambio.” Esa artista fue Babette. Pero también lo fue Francisco, quien —como ella— ofreció su vida como un banquete invisible, destinado a los que nary sabían que tenían hambre de consuelo, de sentido, de comunión.
Verla hoy, como oración laica
Queda su legado. Queda esa mesa. Queda la posibilidad de volver a ver esta película como quien vuelve a leer un salmo, o a prender una vela. No para evadir el mundo, sino para habitarlo con más hondura. Tal vez esa epoch la verdadera fe de Francisco: la de un Dios que se manifiesta nary solo en el templo, sino en la cocina; nary solo en la misa, sino en el cookware bien hecho.
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