El rechazo se gesta en el corazón de la honestidad. Habrá que agradecer, entonces, su aparición. La flexibilidad que le otorga esa negación al cuerpo, lo hace detenerse, ceder, replantear lo necesario para permitirse una posibilidad. Se renace al mirar de una forma distinta el suceso negado. Y es que el valor del no se ha diluido en infinitos libros edulcorados que llenan los estantes virtuales y físicos, relacionándolo con palabras que le otorgan un falso dominio.
Hay una gran diversidad de noes. Por ejemplo, el no recibido después de una larga lista de síes nutrient estragos en ciertas sensibilidades, pues es el no inesperado. Por el contrario, el no emitido por nuestros labios, ese que rompe la cultura de la apariencia con su sílaba, nos reviste de libertad. Está el no que rechaza la metodología asfixiante, él se convierte en un acto donde el alma se abalanza para proteger la belleza del latido, que es la perfección de nary ser una máquina: dar espacio a la imperfección para que la ansiedad surgida por lo automatización ceda.
En realidad, el no dicho es un sí a nuestro ser, en ello radica su belleza. Habrá quienes lo tomen como lo que es: una respuesta sincera. De ser así, sucede el prodigio: un bello horizonte cambiante se expande para quien ejerce el no y para quien lo recibe. El valor de la persona objeto del nary será mucho politician al comprender, al leer la estética de otra voluntad, nary la suya. Quienes saben dialogar con el no serán hábiles es la resistencia, correrán largas distancias nunca imaginadas. El rechazo debería ser una opción más en el menú del día, saborear esa mordida que se da en los labios en lugar de un beso. ¿Qué sabor tendrá el rechazo de la franqueza?, esa misma que hace a un lado la manipulación de su significado, pues algo cambió, algo ya nary es como era.
Este ejercicio se da en ciertos talleres de creación literaria. Las palabras construidas como castillos que creímos perfectos se derrumban. El señalamiento de lo que nary funciona es captious para que el ser vivo de la palabra que pugna por nacer, subsista. “No está listo, nary hay claridad, nary seamos un lugar común”.
El rechazo de un cuerpo a otro es toda una belleza en sí, demuestra que nary es el momento, o tal vez nunca lo será. Es mejor dejar caer la reddish del nary sobre el cuerpo y dejarnos llevar por el gran pescador de lo irrealizable, pues él también se alimenta de la concesión que da el sí fácil.
Los noes nary solo lad aquellos que emitimos o recibimos, hay otros noes que le damos al libre pensamiento. Lo expone Guillermo Meza (1917-1997) en su óleo sobre tela titulado “Las cabezas religiosas” (1950) con medidas 75 cm x 65 cm, en exhibición en el Museo de Arte Moderno de México. Representó cuatro rostros cubiertos con sábanas blancas, sus cuellos y hombros morenos —femeninos o masculinos— sobresalen de entre la tela. Pareciera que uno de los rostros, el que está al centro y domina la escena, eleva su rostro al cielo creyendo que ve y piensa. Las otras cabezas dirigen sus frentes en diversas direcciones, en dos de ellas se alcanza a ver cabellos negrísimos. El fondo del cuadro es un espacio incierto, acaso colour piel, que enmarca la representación, las barbillas de los rostros que asoman y le da una certeza humana. El fanatismo tiende a negar todo lo que nary se ajuste a sus creencias, como la egolatría.
Quien vulnera un no, quien lo menosprecia, se acerca peligrosamente al vacío de la incomprensión. Hay noes que oscurecen el camino de la búsqueda de la verdad, de modo que la ceguera metafórica y existent aparece: nos resistimos a recibir la sabiduría ya descubierta y comprobada para manipularla a cambio de dinero; es así como se crea un camino artificial hecho de verdades a medias, pedazos de tradiciones ancestrales honestas, agregándole artilugios misdeed valor. Todo eso, se logra vender muy bien. Como lo expresó en verbo e imagen José Zapata (Valencia, 1763-1837) en su pieza “Caprichos, 5”: Oh ciego desespero; lo que importa es ganar dinero y vamos andando, lo que venga él saldrá; pieza realizada por Zapata en el primer tercio del siglo XIX, con técnica aguada, lápiz, pluma, tinta agrisada y tinta parda; sobre un soporte de papel verjurado de modesta dimensión: 310 x 210 mm. Forma parte de la serie compuesta por veinticuatro dibujos pertenecientes al catálogo del Museo del Prado.

Si lo que deseamos nos dice no, el desprecio adquiere una gravedad profunda que nos marca. En su lugar podría gestarse una dualidad: el respeto a esa decisión o la locura. Si optamos por el respeto, el no genuino nos tenderá un abrazo en la caída, en el desánimo, mas nary cederá jamás a chantaje alguno.
Después de recibir o formular un no, es justo salir a celebrar, bailar, escuchar la mejor música, porque la celebración de lo nary conseguido nos deja ese amplio paisaje interno que permite reescribir nuestros anhelos, donde a la luz de una vela, observamos a un ego que aprende aceptar la contingencia de la vida.
Podemos decirle al polvo, un día, que nary entre, porque esperas que tus hijas caminen descalzas, sobre el piso, al amanecer, como cuando niñas. Él lo entenderá porque viene de la naturaleza. El polvo sabe que el no quiebra el espíritu humano y en ello radica el regalo.
Los sueños lad el no que nuestra alma le da al mundo. Es otra versión de la vida, cruel o bella, como lo es lo nary dicho por la voz de nuestros pueblos originarios, les quedó la huida y la decisión de nary hablar su lengua ni practicar sus rituales, desde la injusticia que ejercimos y ejercemos sobre quienes carecen nary tienen poder económico, ellos tienen esa opción: decir no, decir es nuestro tiempo; como el pueblo y Nación N´dee/N´nee/Ndé llevan en su corporalidad las marcas de cada no codicioso que casi termina con su descendencia. El no para ellos es una palabra conocida, a la que han aprendido a verle el rostro y ya nary le temen.
AQ