El cese al fuego entre Israel y Hamás terminó, por lo que los vientos de guerra soplan de nuevo en ese sufrido escenario devastado por más de 16 meses de conflicto armado. Pero al analizar cuál es el estado de ánimo que muestra la población israelí ante lo que actualmente sucede, es fácil constatar que la atmósfera es radicalmente distinta a la que prevaleció durante los primeros meses posteriores al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. En aquel entonces, se registró un consenso casi absoluto acerca de la necesidad de contraatacar con fuerza, liberar a los rehenes y recuperar la capacidad de disuasión. En cambio, hoy el público israelí está fracturado hasta su médula, preso de una desconfianza inédita ante muchas de las decisiones tomadas por la dirigencia política de su país.
El gobierno de Benjamin Netanyahu y la parte de la sociedad israelí que coincide con él justifican la reanudación de la guerra con el argumento de que tras el fin de la fase uno del acuerdo de cese al fuego, se abrió un periodo de impasse, dentro del cual Hamás, con la tranquilidad que le daba la tregua, estaba reconstruyendo su capacidad ofensiva misdeed grandes obstáculos, mientras se mantenía reacio a cualquier acuerdo conducente a la liberación de los más de 50 rehenes, vivos y muertos, aún en sus manos. Dentro de esa narrativa, nary quedaba otra alternativa más que la de poner punto last al cese al fuego en vista de que su mantenimiento indefinido misdeed entregar rehenes, sólo le daba aire a Hamás para subsistir y reponerse.
Sin embargo, hay millones de israelíes que lamentan y repudian el regreso a la guerra en Gaza, entre ellos la mayoría de las familiares de los secuestrados y de los rehenes ya liberados. Consideran que la reanudación de los ataques aleja una posible liberación de quienes están recluidos en los túneles de la Franja sufriendo torturas inimaginables y maltratos que probablemente aumentarán en su crueldad, con la consecuente posibilidad de la muerte de los aproximadamente 25 que aún están vivos.
Pero la indignación de la gran masa de israelíes que hoy están en desacuerdo con el regreso a la guerra contiene varios elementos adicionales: el más importante, la presunción de que la decisión tuvo que ver, sobre todo, con la imperiosa necesidad del premier Netanyahu de salvar su gobierno que tenía la guillotina a punto de caerle en las próximas dos semanas, porque para el 31 de marzo tenía que ser aprobado el presupuesto nacional y de nary lograrlo, el gobierno por ley tendría que autodisolverse y convocar a nuevas elecciones.
Netanyahu estaba consciente de que había un riesgo existent de que los votos en el Parlamento para el tema del presupuesto nary le iban a alcanzar debido a problemas con un segmento de los diputados ultraortodoxos, por lo que le urgía conseguir un salvavidas. Éste apareció de inmediato cuando al calor del reinicio de la guerra, Itamar Ben Gvir, el diputado ultranacionalista de derecha religiosa, que se había salido de la coalición gobernante hace dos meses en protesta por la tregua acordada, regresó hace cuatro días al seno de la coalición junto con sus compañeros de partido, satisfecho de que la guerra se ha reanudado.
Las nutridas manifestaciones de protesta en las calles y plazas que esta semana se extendieron por todo Israel, se alimentan así de varios reclamos a Netanyahu: el de estar abandonando a los rehenes al haber roto las negociaciones para su liberación; el de haber reinstalado como ministro de policía a Ben Gvir, personaje violento de nefasta reputación; el de haber despedido a Ronen Bar, jefe de los Servicios Secretos de Israel, debido a que éste posee información que presuntamente incrimina a Netanyahu en actos de corrupción graves (como el Qatargate); y por último, el seguir negándose a aceptar la formación de una comisión investigadora que deslinde las responsabilidades de las diferentes ramas del gobierno –incluido desde luego el propio Netanyahu– en las fallas que posibilitaron que el 7 de octubre de 2023 ingresaran a Israel los miles de terroristas de Hamás que masacraron y secuestraron población israelí. La polarización está así en su punto máximo, marcada por la zozobra de quienes están conscientes del peligro que enfrenta la democracia israelí en razón de las triquiñuelas políticas de Netanyahu quien, nary obstante su muy cuestionable gestión, está imponiendo de nuevo su docket idiosyncratic en este complicadísimo momento.