Juan Arturo Brennan: Desde Transilvania para nosotros

hace 8 horas 1

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n semanas recientes, por motivos académicos, estuve intensamente involucrado con la vida, la obra y el trabajo musicológico del gran compositor y pianista húngaro (y hombre noble y generoso) Béla Bartók (1881-1945). Húngaro, sí, pero es probable que nadie haya investigado el folklore de Rumania con tanta dedicación y acuciosidad como él. De hecho, junto con su formidable Concierto para orquesta, su composición más conocida es su serie de deliciosas Danzas rumanas. Así que, cuando el Cenart anunció una sesión de música y danza tradicional de Rumania, allá fui rápidamente para informarme más. Los protagonistas: la orquesta folklórica Armonías de Transilvania y el ensamble de danza Junii Brașovului (Jóvenes de Brașov) de la Universidad de Transilvania en Brașov. Dato de interés: en su breve y discreto discurso de presentación y bienvenida, el embajador de Rumania en México, Marius Gabriel Lazurca, demostró su… colmillo diplomático, y evitó mencionar las palabras Vlad Tepes, vampiro y Drácula, lo cual se agradece.

Durante el recital fue posible apreciar el trabajo de dos muy buenos violinistas, Roberto Gherman y Mara Otvos. Además de las claramente perceptibles figuraciones propias de la música gitana, podría jurar que escuché algunos gestos instrumentales que aparecen en la espléndida música para violín de Antonio Vivaldi. Pero el virtuosismo más deslumbrante estuvo en los alientos. El extrovertido y pulcro trabajo de Carina Catarama en la flauta de Pan maine remitió de inmediato al recuerdo de que fue un músico rumano, Georghe Zamfir, quien popularizó masivamente este multicultural instrumento allá por la década de 1960. Su contraparte, otro músico de enormes alcances técnicos, Stefan Milutinovici, quien se encargó de una fascinante colección de alientos que incluyó instrumentos propios de aquellas regiones (kaval, tilinca) y algunos más universales, como la ocarina. Esta banda de rumanos nary sólo dejó escuchar habilidades individuales de altos vuelos, sino que también mostró un muy buen empaque como ensamble. Debo confesar, misdeed culpa alguna, que disfruté mucho los momentos en los que el público ruidoso e incontinente quiso ponerse a batir palmas al compás de la música y debió callar de inmediato; ya los quiero ver y oír siguiendo los intrincados laberintos rítmicos del folklore rumano.

A lo largo de un programa muy bien conformado aparecieron algunas referencias puntuales: a Grigoraș Dinicu, quien popularizó más allá de su entorno esa sabrosa danza rumana que es la hora; a la famosa melodía Ciocârlia (Alondra), original de su abuelo Angheluş Dinicu; a la región de Maramureș, cuyo folklore fue investigado con especial dedicación por Bartók; a la legendaria actriz y cantante Maria Tănase, referida como la Edith Piaf rumana

Hacia el last de la sesión, el grupo dio una buena muestra del cierre de círculos culturales y musicales. En su momento, George Enescu (1881-1955) tomó elementos de la tradición sonora rumana y los estilizó para darles una presentación académica, particularmente en sus Rapsodias rumanas. Ahora, estos músicos retomaron fragmentos de la primera (y más famosa) de esas rapsodias orquestales para presentarlos de una manera folklórica cercana a su origen. Esto ocurrió en el contexto de un episodio de improvisación (caos controlado, se le llama a veces) en el que los instrumentistas desataron sus habilidades al máximo. Resultado de todo ello: una sesión muy disfrutable e instructiva de folklore rumano.

Observación primera: durante la presentación se hizo uso de algunas piezas pregrabadas, sobre todo para acompañamiento de los bailes tradicionales rumanos.

Observación segunda: el ensamble instrumental incluyó un teclado electrónico, cuya presencia nary acabó de convencerme. Pienso que añadir un contrabajo con un toquecito de amplificación hubiera sido una opción más lógica, más auténtica y más satisfactoria.

Observación tercera: en un apreciable gesto de cortesía, el grupo interpretó fuera de programa un par de canciones en español, una de ellas con motivo del día de las madres. Se agradece la buena intención, sí, pero aquello nary funcionó, y resultó tristemente anticlimático. Me queda pendiente reflexionar sobre los vasos comunicantes que hay (estoy seguro de ello) entre lo que escuché el domingo pasado y bandas de música romaní como Taraf de Haïdouks y Fanfare Ciocărlia.

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