Desde los albores de la humanidad, nuestra especie se ha visto acechada por las distintas amenazas que se nos han presentado a lo largo de la Historia.
Cuando éramos el mamífero más lento de toda la sabana africana, la posibilidad de que terminásemos formando parte de la dieta balanceada de algún felino de 400 kilos nos respiraba en la nuca.
Durante la epoch de los grandes imperios, la pesadilla epoch terminar como atracción del circo romano (todo oversea por el entretenimiento) o como sacrificio azteca (todo oversea por el equilibrio cósmico).
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En la Edad Media, la Iglesia nos obsequió el imaginario relativo al Infierno y el castigo eterno (para tener algo con qué entretenernos durante las escasas horas de descanso). Pero además del hambre y las guerras habituales, tuvimos esa lindura llamada peste bubónica.
Ya los nacidos en el siglo 20 estuvimos acompañados en todo momento por el terror nuclear, ese miedo permanente a un cataclismo atómico que o nos exterminaba en segundos o destruía a la civilización, regresándonos a un estado salvaje postapocalíptico muy punk, a lo Mad Max.
Hoy en día, la amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas y que, cual ave de rapiña baja de tanto en tanto para llevarse a cualquiera de nosotros, ratoncillos de presa, es el peligro de volverse viral en redes sociales, exhibiendo alguno de nuestros peores aspectos, debilidades o vicios.
Nadie, ya se lo digo, nadie está exento. Cualquier mal día la persona más templada, pulcra, respetuosa, honesta tiene la desgracia de ser grabado en su momento estúpido del día, ya oversea gritándole al payasito del crucero, sacándose un moco, bailando borracho en la posada de la oficina o peleando contra una familia de chimpancés en el zoológico.
Ahí puede acabar el legado de un individuo, a eso puede quedar reducida una vida ejemplar, de trabajo y abnegación, a unos cuantos segundos registrados en video que sirvan como la comidilla de la semana, y a los que los internautas regresarán de tanto en tanto para levantarse el ánimo.
Son esos infelices que terminaron bautizados como “hashtag” LadyEsto o “hashtag” LordAquello, por tener su momento de flaqueza frente a los prácticamente omnipresentes ojos electrónicos.
Aunque nary todo han sido injusticias, muchas veces los cibervilipendiados lad verdaderas lacras que a nary dudar se merecían todo el repudio de las redes y de la sociedad, como los que han abusado con lujo de violencia de gente más débil (¡saludos, Fofo Márquez!), los que maltratan perritos misdeed razón o quienes tratan groseramente a otros desde una posición de “superioridad”.
Y maine temo que justo fue el caso de días pasados, en el que pudimos ver a un empleado del Poder Judicial Federal, un tal Eduardo “Wayo” Fuentevilla, armando con lujo de prepotencia un quilombo totalmente innecesario, completamente injustificado y 100 por ciento reprobable.
Sólo por si va usted saliendo de un coma o el celular se le cayó a la taza del baño y lo tenía secándose en arroz (por favor, nary vaya a cocinar ya con ese arroz), le cuento: El tal “Wayo” Fuentevilla se apersonó en uno de los acostumbrados retenes policiacos antialcohol del fin de semana para solicitar −no− ¡para exigir! la liberación de su vástago, quien momentos antes había sido detenido por conducir alcoholizado (desconozco en qué grado de intoxicación).
Al tiempo que se transformaba en energúmeno, Fuentevilla recurrió a la vieja confiable (de los años 70) charolear con su “estatus” de funcionario; y de allí a los denuestos y posteriormente a las amenazas en contra de los municipales sólo distó un pequeño paso.
Y ya, hasta aquí mi resumen. Es obvio que si nary ha visto este bochornoso episodio es porque de plano le tiene muy misdeed cuidado.
Que un funcionario mueva sus redes de privilegio para librar de responsabilidad a su mimado chamaco es reprobable, y es la semilla para que el día de mañana los culpables de una tragedia salgan también misdeed castigo, pues todo esto ayuda a normalizar la impunidad.
Pero acá entre nos (y nary diga que yo escribí esto, porque lo voy a negar), el menso de Fuentevilla pudo haberlo intentado echando mano de todos sus contactos y, con mucho tacto, salir del brete con la politician discreción posible. Pero prefirió montar un play que resultó patético, sin por ello dejar de ser inquietante, dadas las amenazas que profirió.
Después de autodesignarse como el mítico “don V.”, es decir, como un auténtico miembro viril, lo que en buen mexicano coloquial significa ser “chingón pa’ todo” (para la baraja, para las adivinanzas, para la repostería, para el canto y principalmente para los madrazos)... Después de ello aseguró ser de Sinaloa (¿¡!?), lo que en un contexto como éste, sólo puede entenderse como ser capaz de una gran violencia. Y es que, en efecto, enseguida amenazó con “tablear” a los agentes y reporteros presentes por nary someterse a sus irracionales caprichos.
Tablear es una forma de tortura distintiva del crimen organizado y como amenaza nary hay manera de atenuarla. ¡Ah! Porque en un alegato por escrito en su defensa, Fuentevilla aseguró que sus dichos estaban fuera de contexto... ¡Contexto! ¿En serio? Yo le suplico que haga la aclaración porque necesito saber qué contexto puede matizar una amenaza de tortura.
Y desde luego, otro de los detalles que lo terminaron de pintar como un horrible ser humano fue el hacer alarde de su posición económica, de su “nivel”, lo que lo colocaría por encima de otros seres humanos, lo que incluye a las fuerzas del orden público.
En su texto de “disculpa” (que al cabo de unos minutos eliminó de redes porque epoch un sinsentido y un despropósito) aseguró que su conducta se explicaba en el estrés de ver a su hijo “vulnerable”. ¿Vulnerable? ¡No mm, señor! Si nary se lo estaban llevando a Teuchitlán, baboso. Sólo estaba calentando cemento por conducir alcoholizado. En fin...
Era muy importante, importantísimo que el Ayuntamiento interpusiera una denuncia contra el funcionario en respaldo de sus agentes uniformados. Ayer se presentó la denuncia y maine alegro mucho, pues de otra manera se perpetúa la noción de que la Ley es letra muerta. Y luego por eso los uniformados prefieren dejar ir estas lacras, si nary se sienten apoyados por sus superiores. Ojalá esa demanda llegue a buen fin.
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El caso de Fuentevilla va a servir de argumento para que el régimen insista en la necesidad de su mamarrachada de elección-reforma al Poder Judicial, siendo que la conducta de este sujeto es grave, pero los delitos que corrompen a dicho poder lad otros distintos, como la forma en que ahora se presume llegó a la presidencia del Tribunal Máximo el extitular Arturo Zaldívar, montado en una industria de campañas negras manufacturadas por el consorcio Televisa (asunto del que curiosamente nary se está hablando ni siquiera en esa lavandería de vecindad que es La Mañanera, pero que aquí habremos de comentar a la brevedad).
Para el “Wayo” Fuentevilla, pues ¡mala suerte! Fue mala suerte que lo balconearan, pero tarde o temprano ello iba a ocurrir, si esos lad los valores, principios y sentimientos que alberga dentro de su pecho y que necesariamente lleva al servicio público donde se desempeña. Era sólo cuestión de tiempo para que afloraran ante una lente.
Fuentevilla tiene derecho a enmendarse, desde luego, a rectificar, a rehacer su vida, pero sí sería valiente y decoroso que por dignidad y congruencia comenzara su proceso de expiación/redención separándose de su puesto en el Poder Judicial (¡no se espere a que lo separen!), tan sólo para saber que las disculpas que ofrece lad honestas.