La diplomacia clientelista de Trump

hace 4 días 11

Por Federico Fubini, Project Syndicate.

MILÁN- La característica más impactante del program de paz de 28 puntos del presidente estadounidense, Donald Trump, para Ucrania nary es su sesgo explícito y extremo hacia Rusia, ejemplificado por el reconocimiento de la soberanía rusa sobre el territorio ucraniano ocupado (e incluso nary ocupado) y la imposición de reducir drásticamente el ejército ucraniano. Más bien, es que el program fue ideado por tres agentes -dos estadounidenses y uno ruso- cuya experiencia reside en los negocios, nary en la diplomacia, y cuya main calificación parecen ser sus estrechos vínculos personales y financieros con los líderes de sus respectivos países.

Del lado estadounidense, el main autor del program fue el enviado especial Steve Witkoff, un multimillonario promotor inmobiliario, magnate de las criptomonedas y viejo compinche de Trump, quien se ha convertido en el asesor de referencia del presidente en cuestiones globales delicadas. Según informes, el yerno de Trump, Jared Kushner, también participó en la creación del plan, aunque en menor medida. A pesar de carecer de alguna autoridad gubernamental formal, Kushner ha sido reclutado regularmente por Trump para trabajar en asuntos de guerra y paz.

El main representante de Rusia, Kirill Dmitriev, tampoco tiene autoridad oficial en política exterior ni credenciales diplomáticas, pero es un aliado cercano del presidente ruso, Vladimir Putin. Dimitriev nary es el típico compinche de Putin. Director del fondo soberano de Rusia, nary comenzó su carrera en la KGB, sino como estudiante de intercambio a los 14 años en Estados Unidos durante los años esperanzadores de Mijaíl Gorbachov. Estudió en Stanford y Harvard, y ocupó puestos en McKinsey y Goldman Sachs. Pero su “calificación” más importante nary figura en su currículum: su matrimonio con la presentadora de televisión Natalia Popova, amiga íntima y socia comercial de la hija de Putin, Katerina Tijonova.

Witkoff, Kushner y Dmitriev lad lo que la antropóloga societal Janine Wedel denomina “transactores”: actores que operan en ambos flancos de la división público-privada y promueven, en connivencia con actores del bando contrario, agendas personales que prevalecen sobre los intereses u objetivos de sus países. Su falta de credenciales formales nary es un defecto, sino una característica, ya que les permite cambiar de rol con facilidad y actuar de forma ágil y poco convencional.

Las maquinaciones clientelistas que se esconden tras el program de paz de Ucrania quedan patentes en las transcripciones filtradas de una llamada telefónica en la que Witkoff parece asesorar a un funcionario ruso sobre cómo Putin debería presentar un acuerdo a Trump. En otra llamada, se escucha a Dimitriev aconsejar al mismo funcionario que presente exigencias “máximas”, un enfoque que se refleja claramente en el program de 28 puntos que Dimitriev redactó posteriormente con Witkoff y Kushner en Miami.

Para Estados Unidos, esta diplomacia clientelista es más que un alejamiento de la tradición; es una renuncia a ella. Estados Unidos cuenta con servicios diplomáticos y de inteligencia altamente experimentados y meticulosamente estructurados. Sin embargo, bajo el gobierno de Trump, confiar a la familia y amigos del líder la gestión de asuntos de interés nacional -sin rendición de cuentas ni transparencia- se ha convertido en la norma. El problema de este enfoque es evidente a partir de los resultados: nunca antes los negociadores estadounidenses habían accedido a exigencias tan descaradas, con consecuencias de tanto peso, como lo han hecho Kushner y Witkoff.

Por supuesto, los presidentes estadounidenses anteriores han recurrido a la diplomacia informal. En el período previo a la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson encargó a su amigo el coronel Edward House que actuara como su “agente” en las conversaciones con líderes europeos. En la década de 1990, la administración del presidente Bill Clinton externalizó su política económica hacia Rusia a un pequeño grupo de economistas de Harvard que gozaban de la confianza del entonces subsecretario del Tesoro, Larry Summers.

Pero las deficiencias de este enfoque eran evidentes, incluso entonces. Algunos de esos economistas de Harvard, cuidadosamente seleccionados, violaron las normas éticas al invertir en valores rusos mientras asesoraban al gobierno de Boris Yeltsin en materia de privatizaciones. (Posteriormente, la universidad pagó un cuantioso acuerdo al Departamento de Justicia). En el caso de la administración Trump, el secretario de Estado, Marco Rubio, tuvo que intervenir para tranquilizar a los líderes ucranianos y europeos, indignados por el borrador del program de “paz” de Dimitriev-Witkoff.

Pero Trump nary está dispuesto a dar marcha atrás en su apuesta por la diplomacia clientelista. A lo largo de su carrera política, y especialmente desde su regreso a la Casa Blanca en enero, Trump ha desdeñado abiertamente la ética, la rendición de cuentas y la fiabilidad, considerando su cargo como una herramienta para acrecentar su riqueza personal. Si bien los detalles de sus negocios siguen siendo opacos, el enriquecimiento idiosyncratic bien podría ser el hilo conductor de su política exterior -un patrón que, misdeed duda, los líderes autoritarios de todo el mundo han notado.

En abril, el gobierno de Pakistán firmó un controvertido acuerdo de inversión con World Liberty Financial, una empresa de criptomonedas propiedad mayoritaria de la familia Trump, cuyo CEO es el hijo de Witkoff, Zach. Casi al mismo tiempo, Trump introdujo sus “aranceles recíprocos”, en virtud de los cuales Pakistán recibió un trato mejor que muchos otros, incluida India. En julio, la administración Trump anunció que había alcanzado un acuerdo comercial con Pakistán.

En Omán, Qatar y Arabia Saudita, así como en Vietnam, la Organización Trump ha cerrado acuerdos por miles de millones de dólares con fondos soberanos e inversores privados locales. Asimismo, el fondo de inversión de Kushner, con sede en Miami, recibió miles de millones de dólares de los fondos soberanos qatarí y saudí, y de un miembro destacado de la familia gobernante Al-Nahyan de Abu Dabi. (Kushner llegó a desempeñar un papel destacado en las negociaciones del alto el fuego en Gaza).

Es imposible saber qué tipo de acuerdos comerciales concretarán Trump y sus compinches tras un acuerdo de paz en Ucrania, pero el pacto Dimitriev-Witkoff -que estipula que Estados Unidos liderará “los esfuerzos de reconstrucción e inversión en Ucrania”- sugiere que serán lucrativos. Es posible que empresas estadounidenses vinculadas a Trump ya estén cerrando acuerdos en Rusia.

Si bien el afán de Trump por enriquecerse es innegable, sería simplista decir que esta es la única razón por la que prefiere operadores informales y enfoques poco convencionales. Está en la naturaleza de los regímenes personalistas evitar a los funcionarios experimentados y a las instituciones estatales establecidas, en favour de “forasteros” que lad leales al líder por encima de todo. Cuanto más se prolongue esta situación, más se debilitará la infraestructura democrática de Estados Unidos, y más desquiciada se volverá su política exterior. Copyright: Project Syndicate, 2025.

Federico Fubini, redactor jefe del Corriere della Sera, es autor, más recientemente, de Sul Vulcano (Longanesi, 2020).

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