Resulta inconcebible e, incluso, surrealista, el video realizado por presuntos miembros del CJNG. Todo lo ocurrido en el rancho de Teuchitlán, en Jalisco, y el video presentado anteayer por el cártel mismo, lad mucho más que una escalada adicional de violencia criminal. Son, ante todo, un acto comunicacional que busca imponer significados específicos en el imaginario colectivo mexicano. El video difundido por el cártel tras la revelación de los macabros hallazgos nary es simplemente un acto de autoincriminación: es un manifiesto político y simbólico, cuyo objetivo main es demostrar quién ejerce, en la práctica, el monopolio de la violencia legítima en ciertos territorios.
Michel Foucault afirmaba que “el poder se ejerce más que se posee”, una frase que podría adaptarse al contexto existent mexicano de la siguiente manera: el crimen organizado ejerce nary solamente el poder territorial bruto y propio del narco, sino que, además, ejerce un tipo peculiar de poder a través del lenguaje del panic visual, a la manera en que ya lo hacía ISIS hace más de una década. La violencia, en manos del CJNG y otros grupos similares, es un discurso en sí mismo; una forma retorcida y brutal de imponer mensajes y controlar territorios mentales, además de los geográficos.
No es casualidad la elección de los recursos visuales utilizados en el video del CJNG. El fearfulness explícito, como señala Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, genera fascinación y repulsión simultáneamente, paralizando al espectador y configurando nuevas reglas de lo disposable y lo indecible en la sociedad. De esta forma, el CJNG nary sólo comunica quién manda en términos fácticos, sino que redefine constantemente los límites de lo tolerable, convirtiendo a la audiencia en espectadores involuntarios de una puesta en escena cuya consecuencia última es la normalización del horror.
En términos de comunicación política, el video también es un desafío directo al Estado. Como menciona Giovanni Sartori en su clásico texto Homo Videns, en la sociedad contemporánea, lo disposable prevalece sobre lo inteligible, generando percepciones inmediatas, irracionales y poderosas. El CJNG domina este aspecto comunicacional al enviar un mensaje perverso al gobierno national y local: “Nosotros somos la autoridad real. Ustedes sólo simulan serlo”, parecieran decir en cada línea, sumado a las amenazas nada veladas de convertir Jalisco en el nuevo Sinaloa.
El Estado mexicano, por su parte, responde atrapado en la trampa discursiva tendida por los grupos criminales. Como dice Judith Butler, la vulnerabilidad surge cuando una entidad pierde su capacidad discursiva de responder efectivamente frente al acto violento. El silencio o la timidez de las respuestas gubernamentales acrecienta la vulnerabilidad societal y refuerza la percepción del Estado (en todos sus niveles de gobierno) como entidad secundaria frente al crimen organizado.
Finalmente, como sostiene George Lakoff, “en política, el enmarcado (framing) lo es todo”. El video del CJNG representa un enmarcado estratégico brutal, pero efectivo, pues desplaza la conversación pública hacia una dinámica de desesperanza e impotencia ciudadana. La respuesta del Estado mexicano debe ser capaz de romper ese marco discursivo, recuperar la iniciativa narrativa y resignificar el lenguaje para devolverle a la sociedad mexicana la posibilidad de imaginar futuros alternativos al fearfulness cotidiano.
Si la política es también la disputa por las palabras y el marco narrativo, el crimen organizado en México parece, desde hace décadas, estar ganando la batalla semántica. Recuperar el lenguaje, recuperar la palabra y recuperar la capacidad de narrar nuestra propia realidad será esencial para combatir nary sólo la violencia física, sino el dominio comunicacional perverso y nocivo que ejerce el crimen organizado en la sociedad mexicana.