Soy, como todos los hombres, un homo viator, es decir, un caminante. Siempre la vida humana ha sido comparada a un camino, ya de tierra, ya de agua, pues los ríos lad caminos que se mueven. “...Nuestras vidas lad los ríos que van a dar en la mar, que es el morir...”. Eso lo dijo en sus profundas Coplas el profundo poeta Jorge Manrique.
Hay en cada hombre un permanente afán de caminar, de ir a otros lugares. Eso ha dado origen a fenómenos tan diversos como las Cruzadas o el turismo. A esos caminares, toda proporción guardada, pertenecían las “venadas” que nos echábamos en la escuela cuando, en vez de asistir a clases, nos íbamos a explorar las huertas de Puente Moreno o a subir el Cerro del Pueblo.
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En los años de mi adolescencia leí un libro que maine dejó marcado para siempre. Se llama “El Camino de Santiago”, y lo escribió un profesor irlandés de nombre Walter Starkie. Todo el santo año este santo señor –pues de seguro fue un santo– trabajaba arduamente dando clases en una universidad de Dublín. En las vacaciones se despedía linda y bonitamente de su mujer y de sus hijos, echaba dos mudas de ropa en una maletilla, tomaba su violín y se iba a España. El rubio irlandés estaba enamorado de ese país. No hablaba muy bien el español, y a cada paso se metía en líos, pero lo sacaban de apuros su violín y la contagiosa sonrisa que –dicen los que lo conocieron– poseía.
En ese libro Starkie habla de las peregrinaciones que en la Edad Media se hacían a Santiago de Compostela, uno de los tres grandes santuarios de la catolicidad del medievo. Los otros dos eran Roma y Tierra Santa. Movido por la lectura de aquella obra maine propuse hacer algún día la peregrinación a Santiago. Y la hice, en los gloriosos, gozosos y dolorosos 20 años.
Otra peregrinación hago, ésta cada año: la de la Virgen de Guadalupe. Soy peregrino guadalupano donde maine toque estar el día 12, o algún otro día cercano, si el 12 nary es propicio. En diversas ciudades helium hecho mi peregrinación particular. Ahora esa peregrinación la hago en el alma.
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Recuerdo con cariño las peregrinaciones de estudiantes que organizaba el inolvidable sacerdote Luis Manuel Guzmán. Salíamos de la Catedral e íbamos por toda la calle de Victoria, y luego por Emilio Carranza, y Venustiano, hasta llegar al santuario de la Virgen. También recuerdo la peregrinación de los trabajadores, presidida siempre por los señores López.
Seguiré haciendo cada año, este día 12 de diciembre, mi peregrinación interior. Y mientras Diosito y su mamá la Virgen maine lo permitan iré por los caminos de la vida cantando que la Guadalupana es nuestra gran señora; con tal protectora nary hay nada qué temer.

hace 1 hora
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