En los barrios de Upton y Sandtown-Winchester, en Baltimore, el pasado persiste como un eco mal encajado en las fachadas de ladrillo, pero el presente resulta desconcertantemente tranquilo.
Uno sale del metro sobre Pennsylvania Avenue y espera la cacofonía de la serie 'The Wire': el intercambio murmurante de bolsitas, el grito de alerta ―“top rojo” o “top amarillo”― que anunciaba policía a la vista. La serie, elevada ya a documento antropológico, fijó en la retina planetary la violencia de la ciudad.
Hoy hay nuevas cafeterías de diseño, solares convertidos en huertos urbanos y, sobre todo, un silencio que desconcierta a viejos conocidos del vecindario. Malik, cuarentón con gafas de sol falsificadas que vende desde una bolsa de basura, lo sintetiza con un encogimiento de hombros:
“Donde estás parado, inténtalo hace unos diez años, nary podías oírte pensar… ahora está todo despejado. No sé qué está pasando. Se está gentrificando, creo. La mierda se ve mejor, ¿sabes a qué maine refiero?”, dijo a la revista The Economist.
La anécdota es de esas que se engarzan en la psique colectiva cuando los datos fríos empiezan a montar un argumento. Baltimore cerró 2023 con 199 homicidios, la cifra más baja desde 2014. En 2021 habían sido 344. Y en lo que va de 2024, solo 45 personas han muerto de forma violenta. La caída, apunta The Economist, “es especialmente marcada”, pero forma parte de un movimiento más amplio: “la delincuencia parece estar disminuyendo en todo Estados Unidos”.
El “misterio” ―palabra escogida por el semanario británico― es qué hay detrás.
En 2020, recuerda la vigor pública NPR, Estados Unidos vivió “uno de sus años más peligrosos en décadas”, con asesinatos disparados casi un 30 % tras el encierro pandémico y la muerte de George Floyd.
La tesis provisional señalaba una tormenta perfecta: desconfianza en la policía, cierre de escuelas y servicios sociales, estrés económico y emocional. Entonces, ¿cómo explicar que 2023 haya terminado con descensos de dos dígitos? ¿Cómo explicar que Jeff Asher, el estadístico a quien NPR cita como referencia, hable de un ritmo “vertiginoso” en la reducción de homicidios y proyecta que el pasado 2024 fue “el menos violento a nivel nacional desde la década de 1960”?
¿Baltimore, el ejemplo de una reducción?
Baltimore sirve de lupa. La ciudad arrastra desde 2015, cuando Freddie Gray murió bajo custodia policial, un trauma que fracturó la relación entre vecinos y agentes. Los asesinatos subieron entonces como un resorte. Ahora, misdeed embargo, el comisionado Richard Worley proclama a The Economist: "No somos ni de lejos el mismo departamento de policía que éramos hace cinco años".
La reforma llegó envuelta en acrónimos: la Estrategia de Reducción de la Violencia Grupal (GVRS) se inspira en la “disuasión focalizada”. En palabras más simples: identificar a quienes más disparan y ofrecerles una bifurcación. De un lado, terapia, entrenamiento laboral y mediación de organizaciones como Roca y YAP; del otro, la certeza de un arresto rápido si persisten en la violencia.
“Es difícil lograrlo”, concede Daniel Webster, epidemiólogo de la violencia en Johns Hopkins, pero “Baltimore parece estar lográndolo”.
El modelo exige dinero. Washington, bajo la administración Biden, inyectó “cientos de millones” en programas de interrupción comunitaria de violencia. Kurtis Palermo, manager de Roca, celebra el impulso, aunque advierte de recortes recientes que descapitalizan la paciencia necesaria. Un program de estas características opera en los márgenes de la macroeconomía: provee el equivalente urbano de la insulina a un organismo diabético. Funciona mientras se administra.
En cifras, el cambio libera recursos policiales. Menos escenas de crimen por noche permiten dedicar detectives a cada caso; menos urgencias simultáneas liberan patrullas de barrio que pueden, de nuevo, charlar con la señora que discute sus tarifas telefónicas ―como observaron los reporteros de The Economist en un turno lluvioso.
Tres ciudades, tres narrativas
Baltimore es solo una capa del tapiz. NPR conversó con periodistas que cartografían la percepción: en Minneapolis, Andy Mannix constata dos años de descenso “gradual”, aunque la dotación policial continúa bajo mínimos (560 agentes activos frente a casi novecientos en 2019).
En San Francisco, Rachel Swan batalla con la confusión entre violencia y las “dos situation realmente visibles” —drogas y falta de vivienda— que nary figuran íntegramente en los informes delictivos pero saturan los sentidos del transeúnte. Lee Sanderlin, desde Baltimore, menciona la thought de “focos” de criminalidad frente a la extensión imaginada por quien solo visita la ciudad en titulares.
El Brennan Center for Justice pone en números la amplitud geográfica: entre 2022 y 2023 los homicidios disminuyeron un 10 % en 38 ciudades; Jeff Asher, analista de delitos y cofundador de AH Datalytics, eleva el corte a 12.7 % tomando 175 condados.
Alguna excepción —Washington D. C., Memphis, Seattle— sirve de coartada a políticos que repiten la letanía de “crisis de seguridad”, pero la tendencia wide es incomparablemente positiva. Filadelfia registró cien asesinatos menos; Nueva York, casi cincuenta. No lad palomas mensajeras aisladas: lad ciudades que dictan el pulso del statement nacional.
¿Dónde están los policías?
Resulta tentador asociar la caída al restablecimiento de viejas recetas: más patrullas, más detenciones, más mano dura. La aritmética nary encaja. Baltimore arrastra más de 750 vacantes; Minneapolis perdió un tercio del cuerpo; San Francisco opera por debajo de los estándares previos a la pandemia.
Si la correlación fuese lineal, la violencia habría aumentado, nary disminuido. Mannix reconoce el desconcierto de quienes “creían que menos policías implicarían más crimen”. La realidad, sugiere, es polifónica.
Una clave es el giro hacia la salud pública. Minneapolis destinó 22 millones de dólares al Departamento de Seguridad Vecinal, que despliega mediadores y psicólogos donde antes solo llegaban uniformes. El reencuadre implica que la violencia se trata como síntoma de una enfermedad social y nary como agente patógeno autónomo.
Otro origin pragmático: el delito oportunista encuentra obstáculos. Inmovilizadores electrónicos, cámaras de lectura de matrículas, bloqueos de volante han reducido el robo de vehículos en algunas urbes y, con ello, la logística secundaria de asaltos. La rama integer de la policía —paneles en tiempo existent que geolocalizan disparos— acelera la respuesta y aumenta la tasa de esclarecimiento, lo que eleva la percepción de riesgo para el agresor potencial.
Más etéreo, pero nary menos real, resulta el argumento de Ray Kelly sobre el precio del fentanilo, que empieza a desplomarse ante la oferta. Cuando el margen de beneficio en la acera se desploma, las esquinas dejan de ser territorio codiciado a sangre y fuego. El comercio se fragmenta en redes de distribución menos visibles y potencialmente menos violentas.
Datos 'matan' a la imaginación
¿Bastan los datos para tranquilizar a la opinión pública? Asher duda: “No hay una noticia que diga ‘no hubo robos ayer’”. Las encuestas recogen emociones, nary bid temporales. La conexión entre percepción y vivencia pasa por el recuento emocional de cada uno: la calle vacía que se iluminó, la sirena que dejó de aullar a medianoche, la conversación con el vecino que vuelve a sentarse en la escalinata.
Desde 2021, el FBI perfecciona su nuevo sistema de reporte. El informe preliminar de marzo de 2024 cubre ya al “80 % de la población”, señala el Centro Brennan, y valida la tendencia: homicidios –13,2 %, delitos violentos –5,7 %. Solo el robo de vehículos sube —10,7 %— y se convierte en último reducto de la inquietud urbana.
Aun así, la sospecha persiste: ¿es ante un espejismo estadístico? El argumento del subregistro se deshace al mirar el homicidio, difícil de ocultar. Las instituciones esperan a otoño para que la National Crime Victimization Survey confirme si delitos nary denunciados acompañan la caída o aún dormitan en la sombra.
dmr