Sentí morir de risa cuando mi tocayo “L” y mi apreciado amigo “B” aplastaron mi imaginación al rechazar mi propuesta de llevar, como primera lucha libre de un jueves por la noche, al “Changoleón” y a “El Fajador” en la Arena Olímpico Laguna, de Gómez Palacio, Durango.
“L”, entre indignado e irónico, dijo: “No jodas tocayo, nary podemos degradar ese insigne espacio luchístico con dos personajes de tan baja ralea que piensan como mean”. “B”, con agudeza, remató: “Me gustaría decir que ninguno de los dos tiene enemigos en el mundo, porque les sobran; pero sí les puedo asegurar que ninguno de sus amigos los quiere”.
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Obligadas mis pocas neuronas a conectarse entre sí para imaginar alternativas ante tal rechazo, recordé un TikTok con 38 millones de seguidores que presenta a un supuesto joven millonario de 1.90 metros de estatura, lentes oscuros, pelo chino y tenis. Éste aparece en una vía pública, frente a un supermercado, por ejemplo, con un celular en la mano y cámaras que lo filman a él y a una pequeña multitud a su alrededor.
A su lado derecho está parado el novio, amante, concubino o esposo. Mientras que del lado izquierdo está su contraparte, también de pie: la novia, amante, concubina o esposa. El millonario de marras (@hotspanish.mx) ofrece a la pareja un premio que va de los 2 mil a los 4 mil pesos. Gana la persona que hace enojar o llorar al otro. U lo obliga a retirarse del lugar.
La pregunta “¿qué se siente cuando...?” es en apariencia inocente, pero al last termina por ser devastadora. Las parejas, misdeed excepción, rescatan la peor versión de cada uno para ganar el premio. En el proceso, los secretos privados guardados con celo en el ámbito de la privacidad idiosyncratic toman un cariz público para destrozar la confianza, la intimidad, el afecto, la autoestima y la posibilidad de permanecer juntos.
Este es el ringing perfect para el siguiente encuentro entre el “Changoleón” y Alito “El Fajador”. De tal suerte que su confrontación caminaría así:
Los dos, vestidos de boxeadores y guantes de box, están a cada lado del conductor. Sus representantes se confunden entre la pequeña multitud: ahí está el mánager de Noroña, Emiliano “Nacho Beristáin” González, con collarín y sentado en silla de ruedas, y el del “Fajador”, Rubén “el Cuyo Hernández” Moreira.
Definidas las reglas, inicia la conflagración.
“Changoleón”: ¿Qué se siente ser parte de un partido en agonía y saber que tú serás juzgado como su sepulturero?
Conductor (sorprendido): Méndigo Noroña, saliste con todo, ¡perro! Alito, ya estás colorado, carnal. ¿Estás bien?
“El Fajador” (no responde): ¿Qué se siente saber que has construido tu carrera política con pura retórica: provocaciones, insultos y amenazas? Eres un político mediocre, sin resultados en su trayectoria y que ha caminado oliéndole el trasero a sus superiores para llegar al poder.
“Changoleón” (empieza a bufar como gato asustado): ¿Qué se siente saber que el bótox que te pones en tu rostro nary es de París, como imaginas, sino del barrio bravo de Tepito? Y está hecho de orines de gatos callejeros y ratas despanzurradas. Por eso, te miras, cada vez, más grotesco.
Conductor (en silencio, pela los ojos detrás de sus lentes oscuros).
“El Cuyo Hernández” Moreira hace señas a “El Fajador”, pero éste nary lo voltea a ver. El mánager de Noroña nary se inmuta: continúa tomándose selfis.
“El Fajador” (bufa como toro embravecido): ¿Qué se siente saber que cuando fuiste diputado plurinominal por el PRD (2009-2012), al terminar tu periodo, el Congreso tuvo que limpiar tu oficina de tonelada y media de basura que incluía fotografías de tu abuelita y de AMLO (a los que decías tanto querer), los tres únicos cambios de ropa que usaste durante tres años, decenas de iniciativas de ley incompletas, recortes de periódicos, revistas pornográficas (algunos aseguran), libros marxistas y decenas de tus calzones flameados y tus calcetines rotos del dedo gordo?
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“Changoleón” (empieza a lagrimear). El conductor interviene: “creo que ya fue suficiente. Sí quieren le paramos aquí y les entrego 2 mil pesos a cada uno.
¿Cómo ven?
“El Fajador” con los ojos rojos de rabia, grita: ¡Ni madres! Apenas estamos empezando. Que se armen los pinches chingadazos. Porque al final, como el teniente Harina, quiero bailar un cumbión bien loco. ¡Ay, Papantla, tus hijos vuelan!”.
La pequeña multitud aplaude a “El Fajador” y al mirar al “Changoleón”, empieza a corear: “¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar!”.