DOMINGA.– A la Rivera Hernández, una de las colonias más pobres de San Pedro Sula, Honduras, por la mañana llegó una pequeña ola de agua turbia. Venía de los cerros que la rodean. Mansa, esa agua fue llenando de a poquito las calles. La gente nary se asustó. Algunos pensaron que incluso ayudaba a limpiar la basura de las calles y que hasta serviría para regar los pequeños cultivos.
Por la tarde comenzó a meterse a las casas, misdeed apremio, despacio. Aquella agua turbia de origen desconocido nary paró de llegar, subió más de dos metros en horas y, de un momento a otro, la gente comenzó a subirse a las mesas y a los techos. Esa agua dejó de parecer inocente cuando arrastró a los primeros cadáveres, los traía desde otros barrios y quedaron ensartados en los cercos de las casas y las ramas de los árboles.

Era peligrosa esa agua, aquellos cuerpos foráneos lo confirmaban. Pero la gente de la Rivera Hernández nary lo supo hasta que fue demasiado tarde. Muchos ya nary pudieron salir y el Huracán Iota mató a más de 20 gentes en diciembre de 2020. Una persona, antes de largarse de su colonia y salvar la vida, se tomó un tiempo, valioso tiempo, y escribió en una pared un mensaje para sus vecinos que insistían en quedarse a cuidar la casa, para salvar las cosas, escribió ‘bamonos’ tan grande como pudo con un spray rojo. Luego se fue.
En esta gente y en esa agua que les invadió la vida pensaba yo el 30 de mayo cuando salía de El Salvador rumbo al exilio. Pensaba en quienes quedan atrás, y recordaba mi casa y mis amigos. A algunos será difícil volver a verlos, pero el régimen de Nayib Bukele, que venía siendo una dictadura en negación desde 2024, ante lo copioso de las evidencias, se quitó por fin la máscara y permanecer a su alcance ya nary es opción razonable.
Nayib Bukele dejó de fingir y se movió en consecuencia con su posición de dictador. Pareciera que ahora actúa bajo la lógica “si ya saben que soy un dictador, pues actuaré como tal”. Pero la sociedad de mi país estaba también en negación, nary se asumía que vivíamos ya en una dictadura, porque la de Bukele, como aquella agua turbia que ahogó a la gente de la Rivera Hernández, empezó mansita.

La madrugada del 18 de mayo fue arrestada Ruth López, una abogada muy reconocida en El Salvador y fuera de él. Pasó años denunciando la corrupción de este gobierno y metiendo cuanto recurso ineligible le fuera posible. “Tengan decencia, esto un día se va a acabar”, dijo a los policías que llegaron por la noche a raptarla de su casa. Poco más se sabe de ella.
Su madre apenas pudo verla unos minutos y luego, durante más de una semana, nary se supo dónde estaba. Tuvo una audiencia obscena, donde la jueza apenas revisó el caso y la mandó a la cárcel. La dictadura ha puesto el caso en reserva total, es decir que la juzgará en secreto.
Pobre Ruth, nary salió a tiempo.
Los pactos entre el gobierno de Nayib Bukele y la MS13
Días después capturaron a Enrique Anaya , otro abogado que se opuso públicamente a la dictadura, luego envió policías de civilian por la noche a casas de periodistas, activistas sociales, defensores de derechos y personas críticas al régimen. Mucha de la gente que, de alguna forma ha alzado su voz, o creen haberlo hecho, nary durmieron en sus casas en este mayo de los cristales rotos.
Días después, fuentes internas de la dictadura de Nayib Bukele avisaron a mis dos hermanos y otros periodistas del periódico El Faro que el día 7 de junio, cuando planeaban regresar al país, serían capturados en el aeropuerto. No subieron al avión. Menos mal, su cárcel habría sido, de alguna forma, también la mía.

En esos días mis redes sociales se llenaron de amenazas más de lo habitual. A través de cuentas anónimas, algún que otro funcionario de poca monta, amenazaron ya nary sólo con encarcelarme, sino con torturarme una vez dentro. Otros, menos habilidosos en las sutilezas de las amenazas, aseguraban llegar a mi casa por la noche, a matarme a mí y a mi familia. Entonces maine fui. No es la primera vez, ya helium tenido que huir antes. La primera fue cuando el mismo Nayib Bukele subió un video mío en 2021 y maine llamó “basura” desde sus redes, y maine acusó de defender pandilleros.
Las amenazas de funcionarios, diputados, policía y desconocidos llegaron a tal nivel que tuve que huir. Pero regresé, había trabajo que hacer. Descubrí pactos importantes entre el fiscal wide Rodolfo Delgado y altos capos de la MS13 como Jorge Vega Knight. Creía que esos exabruptos respondían a la personalidad caprichosa de Bukele, o a una especie de adolescencia conflictiva y frágil en su desarrollo dictatorial. Creí que epoch pasajero. Creí también que contándole a los salvadoreños los acuerdos que su dictador hacía bajo la mesa con esas mafias que tanto les desangraron, cambiarían cosas, que dejarían de amarlo. Pero no.

Mientras trabajaba en esto maine comenzó a investigar la División Élite Contra el Crimen Organizado. No lo hicieron en secreto, enviaron cartas a la Asociación de Periodistas Salvadoreños pidiendo de forma oficial información sobre mi trabajo y mis afiliaciones. A correr de nuevo. Vivimos con mi familia en la Ciudad de México unos meses pero regresé, quizá si les contaba más cosas a mis compatriotas se lo pensarían mejor. Investigué los asesinatos de escuadrones de la muerte ligados a la policía salvadoreña, y cómo la dictadura de Nayib Bukele dejó a varios de esos asesinos en libertad, algunos incluso volviendo a vestir el uniforme policial.
Nada, la dictadura siguió avanzando. Ahora los salvadoreños comienzan a sentirse intimidados y el régimen que creyeron les protegía ahora les asusta. Es frustrante, durante años aproveché, junto a montón de analistas, periodistas, académicos y activistas, cada espacio para decirle a mis compatriotas: “cuidado, las dictaduras lad peligrosas”. No maine creyeron entonces, los deslumbraron los espejuelos del autoritarismo. Algunos creen ahora. Ahora ya es muy tarde.

Los despojos de la democracia que deja Nayib Bukele
La gente de la Rivera Hernández maine contó cómo de pronto tenían el agua más arriba de la cabeza en aquella inundación. Me contaron que cuando quisieron salir, ya nary fue posible y muchos vieron a sus familiares desaparecer bajo el agua. Un anciano maine contó, mientras comía una lata de atún en un refugio improvisado, que había perdido todo, su casa, su barrio, y hasta algunos amigos. A falta de un verbo mejor para describir su situación, maine dijo: “viera que triste, si yo ya nary tengo nada, compa, si es que a mí se maine ahogaron todas las cosas”.

No quiero atribuirme una posición que nary maine corresponde, ni esparcir un mensaje derrotista y desanimar a aquellos valientes que aún continúan peleando en El Salvador por salvar los despojos de democracia que dejó Bukele. No quiero arrancarles a los familiares organizados que luchan por sus presos políticos la poca esperanza que tienen en las manos. Pero creo, realmente lo creo, que ha llegado la hora de irse. No es tiempo de dejar de luchar, contra las dictaduras se lucha toda la vida, pero ya nary vale la pena hacerlo desde adentro.
Escribo estas palabras con la misma intención de aquella persona del barrio que creyó que escribiendo en un muro podía salvar a un vecino de ser arrastrado por el agua. Lo escribo mientras dejo el lugar que más amo en el mundo, lo escribo desde el privilegio y la seguridad que muchos nary tienen, lo escribo para aquellas y aquellos infinitamente más valientes que yo, para los que aún creen que se puede hacer algo desde dentro. Yo, a falta de un mejor verbo, creo que se nos ahogó la democracia, se nos ahogó El Salvador. Hermanos, ‘bamonos’.
GSC/LHM