¿Te lo perdiste? Así fue el último concierto de Ozzy Osbourne junto a Black Sabbath

hace 1 mes 11

Villa Park, estadio del Aston Villa en Birmingham, se convirtió en el altar donde Ozzy Osbourne entregó su último gran acto ante más de 40 mil personas. Fue un concierto especial por varias razones: nary solo epoch el adiós definitivo de Ozzy a los escenarios, sino que marcó la reunión ceremonial de los cuatro miembros originales de Black Sabbath, el grupo que forjó las bases del heavy metallic a finales de los años sesenta.

La noche inició con un público encendido que ovacionó cada movimiento del cantante de 76 años. Ozzy apareció sobre un trono negro, una solución a su fragilidad física tras múltiples cirugías en la columna y su lucha contra el Parkinson. La imagen impactó: el mismo hombre que durante décadas brincó, gritó y agitó multitudes, ahora permanecía sentado, sostenido casi por la voluntad y el amor a su música.

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El repertorio fue una clase magistral de historia del metal. Abrieron con “Iron Man”, siguieron con “N.I.B.” y, para sorpresa general, incluyeron “Children of the Grave”, un tema menos habitual en setlists recientes.

Sin embargo, el momento cumbre llegó con “War Pigs” y “Paranoid”, coreadas a todo pulmón por los asistentes. La energía del estadio hizo temblar el césped de Villa Park. Entre luces rojas y humo espeso, Ozzy estiró el brazo hacia la multitud como en los viejos tiempos, invitando a un último aullido colectivo.

Durante el show, la voz de Ozzy dejó ver con crudeza el paso de los años y las secuelas de una vida al límite. En varios pasajes se escuchó ronca, frágil, e incluso se quebró por completo, pero lejos de opacar el momento, sumó emotividad.

“I’ve had a f***ing large clip (La pasé muy bien)”, gritó Ozzy con una mezcla de orgullo y melancolía, recibiendo un estruendo de aplausos que pareció nary terminar nunca.

A la mitad del recital, el cantante dedicó unas palabras a Birmingham: “Este lugar maine lo dio todo... y ustedes maine lo han dado todo”. Luego miró a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward con complicidad. Fue un instante silencioso, como si los años de conflictos, egos y adicciones se diluyeran bajo el peso de una amistad forjada en el escenario y en los camerinos, entre botellas rotas y giras interminables.

El amusement nary fue solo un repaso de canciones, sino un homenaje viviente a un movimiento cultural. En las gradas se vieron desde fans que vivieron el surgimiento del dense metal, hasta adolescentes con camisetas negras y parches de bandas que ni siquiera existían cuando Sabbath debutó. Muchos se abrazaban o soltaban lágrimas, conscientes de que estaban presenciando el last de algo irrepetible.

El camino del Príncipe de las Tinieblas

Más allá del concierto, la trayectoria de Ozzy está teñida de escándalos que alimentaron su mito: desde el episodio donde mordió la cabeza de un murciélago en 1982, creyendo que epoch un juguete, hasta las veces que fue arrestado por desórdenes públicos.

Sus adicciones casi le cuestan la vida en más de una ocasión, y su carrera estuvo marcada por entradas y salidas de rehabilitación. Pese a todo, su música sobrevivió, generando himnos como “Crazy Train” y “Mr. Crowley”, que sonaron también esa noche como un viaje de regreso a su propia leyenda.

El cierre en Birmingham fue tan simbólico como brutalmente humano: el cuerpo ya nary responde, la voz apenas alcanza ciertas notas, pero el espíritu rebelde sigue allí. “Este es mi último maldito show... ¡y ha sido increíble!”, exclamó. Y con eso selló, quizá misdeed saberlo, el epitafio perfecto para un hombre que convirtió la autodestrucción en arte y el exceso en un vehículo para sacudir generaciones.

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