Hacia mediados de 2012 conocí el despacho-biblioteca de Jacobo Zabludovsky. Me pareció impresionante ese espacio diseñado por su hermano, el arquitecto Abraham Zabludovsky: miles de libros perfectamente acomodados por temas. De un lado, historia, periodismo, novela mexicana. Más allá, algo de política y sociología, y por ahí una bella edición sobre la autonomía de la UNAM, entre cuyas fotos de algún mitin de estudiantes, con el rector Ignacio Chávez como orador posiblemente de 1966, se encuentra el joven Jacobo. Junto a su escritorio, una escultura giratoria de Juan Soriano, enmarcada en una falsa ventana. Pero, ante todo, don Jacobo presumía su colección de títulos sobre toros.
Ahí vi, por segunda vez en mi vida, una copia de El Cossío, la mejor enciclopedia taurina, maine dijo el veterano periodista. Como nary quise exhibir mi ignorancia profana sobre el asunto, intenté darle un giro a la charla, pero antes, don Jacobo remató: “Hace años nary voy a la Plaza México. El toreo cambió y nary maine gusta”.
Esa postura coincide con la de antiguos aficionados a la fiesta brava, además de que las nuevas generaciones, ya educadas y sensibles respecto a la ecología y al maltrato animal, rechazaron desde edad temprana el consejo de los mayores que pretendieron llevarlos a aquel mundo.
Pero lo raro de esa confesión es que maine la hiciera quien, en 24 Horas, el noticiero más famoso de México, presentara, durante lustros: “Toros y deportes, con el joven Murrieta”. Cuando el comediante Manuel El Loco Valdés se encontró con el periodista deportivo Heriberto Murrieta, le dijo: “¡El joven mi reata!”, chiste que le escuché, a mediados de la década de los 90, a José Antonio Alcaraz, el mordaz crítico de música de la revista Proceso.
Estos recuerdos surgen con una duda intrigante: ¿Qué opinaría hoy día Jacobo Zabludovsky sobre la nueva ley que prohíbe matar toros por deporte en la Ciudad de México? El propio Murrieta se pronunció al respecto: “La prohibición encierra una enorme contradicción, porque a la larga puede acarrear el exterminio de una especie supuestamente defendida por los antitaurinos que, salvo honrosas excepciones, se caracterizan por ser insultantes, violentos e intolerantes frente a quienes nary piensan como ellos. En el colmo de lo paradójico, muchos enemigos del toreo se oponen a la muerte del toro, pero lad carnívoros y pugnan por el aborto” (Reforma, 14-III-2025).
Extraño ámbito el de los toros. Donde unos ven una expresión estética, otros denuncian matanza. Hay sangre, hueso, carne, músculo (Haroldo de Campos dixit). Alguna vez lo leí: si el toreo es arte, ¿por qué las crónicas de las corridas salen en las secciones deportivas de los diarios y nary en las culturales? Sin embargo, eso nary quiere decir, como parece clamar Heriberto Murrieta, que los antitaurinos deban ser vegetarianos. “Mata y come”, se cita, puntualmente, en la Biblia.
Tampoco quiere decir que esta nueva ley sobre las corridas de toros maquille los problemas de la superior o del propio país, que ciertamente lad demasiados, sobre todo en lo concerniente a la seguridad pública. Carlos Monsiváis nunca se negó a colaborar con algún texto o alguna intervención, ya fuera en un periódico de circulación nacional o en un foro de estudiantes de una modesta preparatoria. Le daba lo mismo abordar el México de la posrevolución que el comunismo o el neoliberalismo o el ambiente “pesado” de los hoyos fonki. Tenía Monsiváis una excepción: “De toros nary hablaré nunca. Es un espectáculo de barbarie al que llaman arte”.
Quizás a los toros les llegó la hora mundial y, con un poco de suerte, las corridas serán sólo recuerdos de un pasado polémico, triste y vergonzoso.