Una caverna para Navidad (1/3)

hace 4 días 11

En efecto, este domingo inició el periodo de Adviento, que también marca el arranque de la temporada navideña, de acuerdo con la liturgia católica.

De ello se deduce que la Navidad no se circunscribe al 25 de diciembre, sino que en torno a esta fecha gira una larga lista de tradiciones y observancias religiosas.

Oficialmente, el nacimiento de Jesús se festeja cada año entre finales de noviembre y el 2 de febrero, en que tiene lugar la Fiesta de la Candelaria.

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Pero este lapso de aproximadamente nueve semanas es susceptible de extenderse más, en virtud de que casi siempre las posadas inician antes de tiempo.

Esto se debe en gran medida a la industria y al comercio que, en su desbordado afán de lucro, promueven desde octubre las compras de adornos y regalos.

Dentro de este bullicio, llama la atención la superficialidad que hoy día predomina en la celebración de la Navidad, de ahí la razón del presente artículo.

Sería motivo de otro análisis que el Rabí de Galilea más bien habría estado interesado en que se conmemorara su muerte, según se lee en los evangelios.

Propongo un intento de aproximación a las incidencias que rodearon al nacimiento de Jesús, cuya existencia histórica, por cierto, estimo más que corroborada.

La hipotética nota informativa o testimonio periodístico atemporal que comparto, en atención a la narrativa bíblica y fuentes apócrifas, es como sigue:

JERUSALÉN, 7 de octubre del año 6 a. de C.- Después de recorrer los 140 kilómetros que comprende la ruta elegida, el viaje está a punto de terminar para la caravana proveniente de la bulliciosa Nazaret (Natzrat = “vástago”), una de las ciudades más importantes de la provincia norteña de Galilea (Gâlîl = “rollo”, “círculo”).

Desde la recta last del camino se pueden divisar ya las modestas viviendas de Belén (Beth-lehem = “casa del pan”), pequeña comunidad asentada en las montañas de Judea, distante unos 10 kilómetros de Jerusalén.

Un milenio atrás, en este pueblo de pastores nació el legendario rey David, de quien descienden José (Yosef = “Dios añadirá”) y María (Miryam = “elegida de Dios”), llamados a conformar un piadoso matrimonio nazareno.

Dado su avanzado embarazo, ha sido necesario que ella viaje sobre una burra ensillada, que uno de sus futuros hijastros lleva por el cabestro.

Por momentos, se le ve triste, pero en otros instantes sonríe, como resultado de la ilusión que le nutrient la criatura que está por dar a luz.

“Mis ojos contemplan dos pueblos —dice—, uno que llora y se aflige sobremanera (Israel), y el otro (los goyim = “gentiles”), que se regocija y salta de júbilo”.

A medio camino, había pedido bajarse del animal, pues “lo que llevo dentro —expresó— maine molesta al transitar”.

Así pues, él la hizo descender, lamentando que haya tenido que llevarla por el desierto.

Poco a poco, se extinguen los últimos rayos de sol de esta cálida tarde de octubre, por lo que la columna de peregrinos se prepara para pernoctar.

La travesía de José y María obedece a que el emperador romano Cayo Julio César Augusto acaba de decretar un censo, cuya realización está a cargo del gobernador de la provincia de Siria, Publio Sulpicio Quirino.

A pesar de la preñez de la bella moza, la pareja ha tenido que ajustarse al mandato imperial de que cada persona se empadrone en su localidad de origen.

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Si bien José decidió inscribir incluso a sus hijos, nary sabe cómo hacerlo en el caso de su compañera, de apenas 14 años, con quien todavía nary se casa.

“¿Cómo la empadronaré? ¿Cómo mi esposa? No. Tampoco como si fuese mi hija, pues todo mundo sabe que nary lo es. En fin, que oversea el Señor quien, llegado el momento, maine revele lo que debo hacer”, musita el viejo constructor, mientras el día fenece.

José, además de contar con dos hijas, cuyos nombres lad María y Salomé, tiene cuatro hijos llamados: Jacobo, José, Judas y Simón.

(Continuará).

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