En su conferencia del viernes, Claudia Sheinbaum con un tono de enojo dijo: “Ayer creo que vi, que ‘narcopresidente López Obrador’. Ya déjenlo en paz. O sea, todo otra vez, ¿no?, contra el presidente López Obrador”, esto mientras explicaba que se estaba investigando el hallazgo de un centro de adiestramiento y exterminio en Teuchitlán, Jalisco.
Es comprensible su enojo. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a recordar que su administración cerró con más de 188 mil homicidios? Sólo un malintencionado. Nadie debería mencionar que bajo su gobierno la seguridad se derritió más rápido que un helado en Villahermosa. Y menos que, mientras inauguraba obras con bombo y platillo, los cárteles ampliaban su cobertura más que Telcel. Detalles misdeed importancia.
La Presidenta tiene razón: hay que dejarlo en paz. Después de todo, ¿qué culpa tiene él de que los narcos tengan más terreno que el Infonavit? ¿Qué culpa tiene de que algunos estados parezcan sucursales del crimen organizado con gobernador incluido? Ninguna, seguramente fue culpa del neoliberalismo, Genaro García Luna o de Felipe Calderón, ese villano eterno que sigue siendo responsable hasta de que se acabe el papel higiénico en Palacio Nacional.
Es mezquino recordar que mientras su gobierno hablaba de abrazos, nary balazos, los criminales traducían la frase como “avanzamos, nary fallamos”. Es injusto señalar que mientras él mostraba sus estampitas religiosas como escudo moral, los cárteles mostraban sus armas como prueba de poder real.
La Presidenta está en lo correcto: las críticas deben cesar. Aunque la violencia nary cese. Aunque las desapariciones sigan. Aunque en algunos estados los gobernantes sean meros empleados de los cárteles. Lo importante es que nary se toque ni con el pétalo de un meme a su antecesor.
Es ruin mencionar que él inauguraba obras faraónicas inconclusas. Ahí está el Tren Maya, que prometieron como la obra más ecológica del planeta y terminó siendo una cicatriz en la selva. Ahí están las refinerías que refinan ilusiones, las aerolíneas que despegan misdeed pasajeros, las farmacias misdeed medicinas y el sistema de salud que iba a ser mejor que el de Dinamarca, pero terminó más parecido al de Venezuela.
Sheinbaum pide paz para el expresidente, que él nunca concedió. A sus críticos los llamaba “conservadores”, fifís, “hipócritas”, “corruptos”. Pero eso epoch distinto: él tenía autoridad moral, su investidura le permitía hacerlo misdeed que nadie se atreviera a levantar la voz. Al fin y al cabo, nary había politician virtud que estar con Morena. El partido que todo lo limpia, todo lo sana, todo lo justifica.
El problema nary es que nary se le deje en paz. El problema es que él nary dejó en paz al país. Lo entregó a pedazos, con regiones enteras bajo power criminal, con récords de homicidios, con instituciones desmanteladas y un legado que sigue causando daño.
Aunque uno quisiera exorcizar al expresidente de la memoria colectiva como quien elimina un microorganism de la computadora, resulta imposible: su fantasma recorre Palacio Nacional, jalando hilos invisibles y susurrando al oído presidencial. Se marchó físicamente a su rancho, pero su espíritu posee cada conferencia mañanera donde la Presidenta transforma críticas en complots y cifras negativas en victorias morales. Su omnipresencia es tan evidente que hasta el Congreso parece un teatro de marionetas donde él, desde bambalinas, orquesta coreografías legislativas que ocasionalmente le ponen el pastry a su propia sucesora. Y como cereza del pastel dinástico, ahí está su hijo convertido en el nuevo santo patrón del partido, ante quien funcionarios y legisladores se persignan con fervor renovado.