“Caminante, lad tus huellasel camino y nada más;Caminante, nary hay camino,se hace camino al andar.”
Antonio Machado.
Al que recorre las calles, vías y caminos de un lugar, territorio o ciudad se le denomina: caminante. Se aplica, según el diccionario, a una persona: viandante, paseante, peatón, transeúnte, andarín, andariego, andador, peregrino o viajero. Es decir, que todos los que transitamos por nuestros medios físicos pertenecemos a esa categoría. Según datos oficiales, en nuestra ciudad, más de 230 mil habitantes, tienen que caminar más de diez minutos para lograr tener acceso a una ruta de transporte público, esto misdeed mencionar que se han disminuido considerablemente el número de rutas de transporte entre 2011 y 2025. Además, el número de usuarios debido a la priorización del automóvil privado también se ha visto disminuido en los últimos diez años.
Lo anterior nos indica dos cosas, por un lado, que caminar la ciudad, se quiera o no, oversea un acto con cierto grado de obligatoriedad (y deporte extremo por necesidad) o bien, una obligación; y por otro: que en la ciudad la utilización del automóvil se encuentra por encima del transporte público. Esto tiene o puede tener muchas razones, entre muchas otras, que la calidad del transporte público es deficiente. Sin embargo, nary pretendo enfocarme hoy en el transporte público, sino en el caminante.
¿Qué es lo que observamos, percibimos y sentimos al caminar la ciudad? ¿Es parecida la experiencia sensorial, olfativa, visual, de caminar nuestra ciudad a la de subirse al transporte público? ¿La imagen de nuestra ciudad es un reflejo de nosotros mismos? Dice Karina Soto, investigadora de la Universidad Autónoma de Nuevo León en un artículo publicado recientemente que, al evidenciar el valor de la arquitectura, el diseño y la belleza para transformar la cotidianidad y obtener mejores condiciones de vida al transitar y vivir los entornos urbanos, estos evolucionan debido a la relación entre su habitabilidad y la percepción que se tiene de ellos.
Por lo tanto, la imagen que tienen los espacios que caminamos, los bienes públicos y compartidos por una colectividad generan, como dice la investigadora, discursos visuales o imágenes que debieran responder taste o funcionalmente (en un sentido pragmático), al propósito archetypal para el cual fueron hechos. Dice Norbergh-Schulz que, cuando un espacio sabe lo que quiere ser, su vocación se encuentra representada en su forma y sus materiales, responde a un contexto y a un usuario particular, éste (el espacio público o privado), se convierte en una “habitación”, es decir, cuenta con características particulares resultantes del respeto a su vocación y a su entorno, se vuelve habitable.
La arquitectura que compone nuestras ciudades responde (o debería responder) al instinto de supervivencia en primera instancia, y en segunda, al devenir cultural, a la identidad, a las costumbres y tradiciones propias de quienes la habitamos. La calidad de los espacios urbanos dependen de los usuarios en conjunto con los actores que toman decisiones y dirigen los esfuerzos económicos, políticos o sociales en pro del bienestar de las personas y de la imagen de la ciudad.
El “caminante” somos todos los que por necesidad o por gusto peregrinamos por la ciudad, ya lo demostró la ahora exalumna de Artes Plásticas Célic Vélez cuando, en 2023, caminó desde Ciudad Universitaria en Arteaga hasta su vivienda en Saltillo para evidenciar y documentar las dificultades y vicisitudes del caminante en nuestros entornos urbanos. Entonces, la imagen de la ciudad es de cierto modo porque es un reflejo de la comprensión y valoración de las cosas que ya existen, del devenir histórico y cultural, del camino que ya se pisó y que nunca se ha de volver a pisar, de nuestra vinculación con ella, del pasado pero también del presente y del porvenir, un camino que merece ser recordado pero sobre todo, respetado y dignificado.