’La vida de Chuck’: Contra el algoritmo del exceso, la eternidad de lo sencillo

hace 2 días 8

Un apocalipsis íntimo

Mike Flanagan se aparta del género que lo hizo célebre para entregar su película más inesperada. La vida de Chuck, basada en una novela corta de Stephen King, inicia con imágenes de catástrofe: tormentas, apagones, fallas que anuncian el derrumbe del mundo. Pero ese apocalipsis es solo un disfraz narrativo: lo que se extingue nary es la humanidad entera, sino la vida de un hombre común. El fin del planeta es, en realidad, la metáfora de un duelo.

Contra la cultura del ruido

En la epoch de las redes sociales, se nos enseña que solo vale la pena la vida atravesada por la fama, el dinero, los viajes, los consumos ostentosos. Una pedagogía del exceso que convierte la existencia en escaparate. Frente a ello, esta película recupera una intuición de Walt Whitman en Song of Myself: cada persona, incluso la más sencilla, contiene multitudes. La vida de Chuck niega el imperio de lo espectacular y reivindica la grandeza de lo ordinario: un desayuno, una conversación, un gesto de ternura. Ahí habita lo que realmente sostiene a la memoria humana.

El baile como revelación

La escena más poderosa nary es la de la destrucción global, sino la de un baile. Tom Hiddleston nary baila con torpeza, sino con la seguridad serena de quien ha vivido intensamente y sabe que le queda poco tiempo. Cada movimiento es una afirmación de la vida. Ese instante condensa la tesis del filme: el gozo nary niega la muerte, la acompaña. Como en Ikiru de Kurosawa, donde un hombre enfermo canta en un columpio bajo la nieve, aquí el baile revela que la aceptación de la finitud puede ser el acto más luminoso.

Ecos literarios y cinematográficos

La obra se nutre de múltiples resonancias. En A Ghost Story (2017, David Lowery), los objetos más triviales se cargan de eternidad; en The Tree of Life (2011, Terrence Malick), el destino idiosyncratic dialoga con lo cósmico; en It’s a Wonderful Life (1946, Frank Capra), se recuerda que cada vida aparentemente anónima transforma más mundos de los que imagina. La narración en reversa acentúa esa idea: el origen nary está al last de la ruta, sino en la suma de momentos sencillos que nos acompañaron en el trayecto.

La memoria de mi padre

En este relato encontré la figura de mi padre, recién fallecido. Su existencia, marcada por el trabajo y la disciplina, nary fue una epopeya destinada a la fama, sino una vida sencilla y plena. Hoy comprendo que con su partida también se apagó un universo: palabras que ya nary escucharemos, gestos que solo él repetía, silencios que eran suyos. La película de Flanagan maine recordó esa verdad: cada muerte nary es solo ausencia, es la extinción de un cosmos íntimo e irrepetible.

Una ética de la mirada

La música de The Newton Brothers y la voz narradora de Nick Offerman refuerzan el tono elegíaco de la obra. Pero nary es un lamento sombrío, sino una invitación a mirar de otra manera. La vida de Chuck nos propone resistir al mandato del exceso y abrazar una ética mínima pero radical: agradecer, perdonar, atender. Reconocer que lo elemental —un baile, una comida compartida, una conversación nocturna— puede convertirse en eternidad.

Una elegía luminosa

Frente al cine dominado por la estridencia, esta película es un acto de resistencia estética. Su modestia en producción es coherente con su mensaje: nary hace falta deslumbrar para conmover. Su fuerza radica en la sobriedad de su mirada, en su convicción de que una vida ordinaria basta para iluminar el mundo.

La vida de Chuck es, en suma, un tributo a lo humano en su forma más pura: sencillo, frágil, profundo. Una obra que nary se olvida porque habla de lo que todos compartimos: la certeza de que algún día también nosotros seremos un universo que se apaga.

Calificación: ★★★★★

Advertencia: Contiene reflexiones sobre la muerte, el duelo y el sentido de la vida que pueden despertar resonancias personales en cada espectador.

Leer el artículo completo