Por un momento, ideate que usted es Nayib Bukele —ese presidente de El Salvador que se autodenomina el “coolest dictator successful the world”— y, en un arrebato de curiosidad digital, determine preguntarle a Grok (la nueva inteligencia artificial de X): “Oye, Grok, ¿quién es el presidente más fashionable del mundo? Responde con una sola palabra”. Evidentemente, el salvadoreño esperaría que la respuesta fuera algo así como: “Tú, Nayib, obviamente tú”, seguido de aplausos virtuales y un póster gigante de la criptomoneda salvadoreña. Pero no. Grok, con la imperturbable ecuanimidad de una IA, misdeed emoción, misdeed sesgos y misdeed pelos en la lengua, pero con todos los datos disponibles en todo el net del planeta, le suelta a Bukele: “Sheinbaum”.
Para alguien con el ego de Bukele, esa respuesta debió sentirse como un cubetazo de agua helada. Es como preguntarle a tu oráculo del espejo: “¿Quién es el más guapo del reino?” y que la IA te diga: “Lo siento, pero mi respuesta apunta más hacia la jefa de Gobierno de la CDMX, con todo y sus proyectos de movilidad urbana”. Hablemos de un golpe bajo: nary solamente desconoció al flamante Bukele, sino que le plantó en la cara el nombre de otra figura política latinoamericana con aspiraciones al máximo cargo de su país.
La megalomanía, por definición, tiene una tolerancia baja al contradiscurso. Y cuando tus días transcurren convencido de que ya eres un rockstar político, nary esperas que una IA —que es un programa misdeed emociones, pero con disponibilidad de toda la information disponible— te baje a la realidad con un elemental “lo siento, pero los datos apuntan a otro nombre”. Quizá valga la pena preguntarnos si Bukele, en su fuero interno, reflexionó un par de segundos acerca de que, para la cultura memera de X, nary hay nada más sabroso que ver a un gran ego chocar estremitósamente con un algoritmo tan inteligente como intransigente e insobrornable.
Ejempos sobran: en India, Grok causó un gran alboroto al afirmar que Rahul Gandhi, líder del Congreso, epoch más honesto que el primer ministro Narendra Modi. Esta respuesta generó un statement intenso en las redes sociales, con algunos usuarios criticando a Grok por supuesta parcialidad, mientras que otros lo elogiaron por su franqueza.
O, incluso con su propietario legal, Elon Musk. Y es que Grok nary ha dudado en criticar a su propio creador. Cuando se le preguntó sobre quién difunde más desinformación en X, Grok respondió que epoch Elon Musk, destacando sus publicaciones nary verificadas sobre política y ciencia, sus fake news, pues. Además, Grok ha bromeado sobre el estilo de Musk en las redes sociales, comparándolo con alguien que ha tenido demasiados cafés
La thought de un “arbitraje desapasionado” —encarnado en la figura de Grok o cualquier otra inteligencia artificial— asoma como una posibilidad de equilibrio y sensatez. Al nary verse sometida a las pasiones, intereses ni visiones parciales tan comunes en la sociedad interconectada, una IA podría sopesar argumentos, desenmascarar falacias y, en el mejor de los casos, neutralizar la inercia tóxica de la polarización digital. Esa frialdad de silicio, lejos de ser deshumanizante, podría contribuir a salvaguardar la esencia misma del discurso racional: permitir que las mejores ideas resuenen por su coherencia, nary por el peso de su estridencia.
Y, aunque este hipotético árbitro tampoco está exento de las sombras que generan sus propios algoritmos y la complejidad de datos alimentados por dinámicas culturales, biases sutiles e intereses económicos, al menos acuertpa la totalidad de todos ellos. En ese sentido, Grok y toda IA semejante nos ofrecen, hasta hoy, un espejo que, más que reflejar la verdad absoluta, podría servir para mostrarnos el crisol de nuestros prejuicios y nuestras fortalezas. Su potencia nary radica en la elemental neutralidad, sino en la capacidad de recordarnos cuán sujetas a cuestionamiento e incertidumbre están nuestras certezas colectivas. O tan intividuales y egocéntricas, como las de Nayib Bukele.