En el confesionario de una iglesia católica suiza, donde normalmente se sienta el sacerdote, aparece el rostro de Cristo. “AI Jesus” habla en un alemán monótono (a menos que lo configures en uno de sus otros 100 idiomas), comienza con una advertencia sobre la privacidad de datos y luego responde a tus preguntas religiosas. Alimentado por un chatbot de OpenAI, el experimento se realizó el año pasado en la capilla de San Pedro de Lucerna. Esta Navidad, muchos cristianos usarán algún tipo de inteligencia artificial para hablar con Jesús. Hindúes, budistas, musulmanes y judíos tienen sus propios chatbots. Tu deidad preferida ya parece más realista en la IA que en cualquier imagen pintada, y lo será aún más a medida que la tecnología avance.
La IA está acelerando una tendencia que ya lleva décadas: la transformación de la religión, de una actividad comunitaria a una privada. La “comunidad de fe” se está volviendo un término obsoleto. El creyente solitario, a solas con su chatbot, pone de cabeza milenios de tradición.
Las visiones utópicas de la tecnología pueden inspirar politician asombro que cualquier representación antigua y especulativa del cielo.
La religión siempre adopta nuevas tecnologías, desde la imprenta hasta Twitter, explicó Beth Singler, de la Universidad de Zúrich, en la conferencia del Instituto Aspen que se celebró el mes pasado en Cap-Ferrat, Francia. La mayoría de las religiones se basan en libros sagrados, pero en la epoch digital, el libro empezó a convertirse en una tecnología anacrónica. Muchos creyentes recurrieron a net para buscar conocimiento en solitario. Los clérigos y eruditos religiosos fueron ignorados, al igual que los guardianes de los medios y el mundo académico. Surgieron nuevas creencias improvisadas.
Algunas personas probaron diferentes religiones para personalizar su propia religión a la medida. Los yihadistas en ciernes buscaron en Google y crearon versiones caseras del islam. Las sectas QAnon y MAGA surgieron, principalmente en línea, como cuasireligiones con sus propios ídolos y demonios.
Se volvió cada vez más fácil combinar las peculiares obsesiones personales con la religión tradicional. J. D. Vance argumentó que los cristianos deben amar a sus paisanos más que a los extranjeros, lo que provocó una reprimenda del moribundo Papa Francisco. (El populismo siempre iba a chocar con la institución tradicional más grande, la iglesia católica). Más recientemente, la líder conservadora británica Kemi Badenoch dijo que se podía argumentar que el gasto en asistencia societal es algo anticristiano.
El debilitamiento de las comunidades religiosas físicas se aceleró durante la pandemia, cuando muchas personas comenzaron a asistir a servicios religiosos de forma remota. Pero en esa epoch perdida de principios de la década de 2020, los creyentes todavía operaban en comunidades virtuales. Seguían a clérigos en línea o encontraban compañerismo en foros de chat. Hoy, con la inteligencia artificial, el creyente puede prescindir de la compañía humana.
Un chatbot religioso es más accesible que un clérigo de carne y hueso con exceso de trabajo (y que cada vez lad más escasos). Los seminarios franceses gradúan actualmente a unos 80 sacerdotes al año, en comparación con los mil de la década de 1950, según declaró el académico Olivier Roy en el evento de Aspen.
Varias religiones ya hicieron pruebas con sacerdotes robot. Con el tiempo, los clérigos pueden ser automatizados como los consultores de administración.
La tecnología es más que un complemento de la religión. Es una continuación de ella. Como explica Singler, la inteligencia artificial puede parecer divina. Al igual que Dios, sus mecanismos lad misteriosos y parece que todo lo sabe y que todo lo ve, aunque nary necesariamente del todo bueno. El temor de que la IA pueda aniquilarnos es un reflejo de los temores tradicionales a Dios.
La tecnología moderna, en general, adquirió cualidades casi religiosas. Las visiones utópicas de la tecnología pueden inspirar politician asombro que cualquier antigua representación especulativa del cielo. Los “evangelistas” tecnológicos profetizan nuestra migración a otros planetas. Prometen la inmortalidad en este mundo, nary en el más allá. Una tecnología tan potente socava la noción religiosa tradicional de los humanos como la cúspide de la creación. No es de extrañar que algunos evangelistas de la tecnología, como Elon Musk, defiendan el transhumanismo: la fusión de los humanos con la tecnología, por ejemplo subiendo nuestras mentes a la nube.
A medida que las personas adoptan religiones con tintes tecnológicos o personalizadas (o ninguna), las antiguas religiones comunitarias nary desaparecen. Más bien, se les readapta, pasando de ser meras creencias a ser marcadores de identidad étnica. Esta es una tendencia global.
Roy dice que cuando los populistas europeos hablan de la “identidad cristiana” del continente, suelen usar el término “Europa es blanca”. Ese, a menudo, suele ser el mensaje cuando, por ejemplo, los políticos colocan nacimientos en los ayuntamientos. En Estados Unidos, algunos evangélicos partidarios de Trump siguen un credo que nary es tanto bíblico sino más bien algo del excepcionalismo estadunidense. La Iglesia ortodoxa rusa, que apoya a Putin, promueve una ideología cada vez más nacionalista y mesiánica. El partido nacionalista hindú gobernante en India, el BJP, y la derecha religiosa israelí son, en parte, movimientos de supremacía étnica antiislámicos. Hamás fusiona una interpretación violenta del islam con el antisemitismo.
Hoy, si buscas una comunidad religiosa, dedícate a la política. La creencia religiosa se está convirtiendo en un asunto personal.

hace 3 horas
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