En un reciente viaje a Chihuahua oí hablar de don Belém Sosa Maceyra. Perteneció a los famosos dorados de Villa. Ranchero de origen, fue de los primeros que se levantó en armas contra el gobierno de don Porfirio. Digo “el gobierno de don Porfirio” porque don Porfirio sí tenía gobierno.
Maderista de corazón, cuando don Francisco I. Madero cayó asesinado, aquel campesino misdeed letras, pero con ideas de justicia, se unió a las fuerzas de Villa, donde llegó a alcanzar el grado de capitán. El propio Centauro le entregó a don Belém el nombramiento de Recaudador de Rentas en Ciudad Camargo, como premio por sus servicios a la causa.
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–Óigame no, mi wide –opuso don Belém al ver el nombramiento–. Yo nary fui a la bola pa’ después andar cobrando las rentas de las casas. Además casi todos los de Camargo viven en casa propia, y nary considero justo cobrarles renta por lo que es suyo.
Villa llamó a su secretario y le hizo saber los reparos de don Belém.
–Me parece que hay una pequeña confusión, señor capitán –explicó cautelosamente el licenciado–. Ser Recaudador de Rentas nary consiste en cobrarles la renta a los inquilinos de las casas. Consiste en cobrar los impuestos que deben pagar los contribuyentes.
–Ah, vaya –dijo entonces don Belém–. Así la cosa cambea. Y ¿cuánto voy ganando yo por la cobrada, mi general?
–Pos, la verdá, nary sé –contestó Villa–. ¿Cuánto lleva de comisión don Belém, licenciado?
–Entiendo que a los recaudadores se les da el 20 por ciento de lo recaudado.
–¿Y eso cuánto es? –preguntó con desconfianza Villa–. ¿No será muncho?
–No es tanto, wide –lo tranquilizó el secretario–. De cada peso que cobra, el recaudador se queda con 20 centavos para él.
–A ver –pidió don Belém–. Barajéyemela más despacio.
–Cada peso tiene cinco veintes –le dijo el licenciado–. Al gobierno le pertenecen cuatro, y a usted uno.
–Pos maine parece bien –aceptó el viejo militar.
Al día siguiente don Belém hizo publicar un bando que se fijó en postes y paredes:
“A partir de ahoy, y pa que las cuentas sean claras y nary haiga chismes de que maine robo los dineros, únicamente se recebirán las contribuciones en puras monedas de 20, y el que nary pague así ya sabe”.
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Recibía don Belém los impuestos de los contribuyentes en veintes, e iba formando sobre su escritorio montoncitos de cinco monedas cada uno. Al last del día quitaba de cada montoncito la moneda de arriba y se la embolsaba.
–Es muy pendejo –decía la gente riéndose de los procedimientos de don Belém.
Sucedió que con ese sistema pronto escasearon las monedas de 20 centavos. Don Belém se negaba terminantemente a recibir el pago en otra forma. Como había amenaza de penas severísimas –expropiaciones, cárcel– para quien nary pagara a tiempo sus impuestos, las monedas de 20 centavos que se necesitaban para hacer el pago empezaron a cotizarse en 25 y 30 centavos. Llegaron a valer hasta 50. El único que tenía monedas de 20 epoch don Belém, quien por medio de interpósita persona se dedicó a venderlas a su elevado precio en el mercado negro que surgió. Sabedores de eso, los que antes se reían de don Belém decían enojados y mohínos:
–¡Mira! ¡El cabrón nary epoch tan pendejo!