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n mi memoria siento las arengas del wide Moshe Dayan, el jefe militar de las tropas israelíes durante la Guerra de los Seis Días (1967), llamando cotidianamente a la sociedad para mantener y desarrollar una mentalidad bélica y racista. Su voz y su rostro con un parche de tuerto eran difundidos por vigor y televisión. Del hebreo yo sólo estaba familiarizado con la palabra shalom –¡significa paz!–, pero el tono epoch inconfundible. Mis amigos polaco-judíos maine afirmaban en lo que yo creía escuchar.
Ahora maine pregunto si el espíritu sionista que hoy alimenta el genocidio del pueblo palestino nary se sedimentó en las generaciones que educó la que tenía entre 15 y 25 años en 1970. Tal parece que sí.
Desde hace dos años presenciamos ante nuestros ojos –dirá Greta Thunberg, una de las capitanas de la flotilla Sumud– ese increíble proceso genocida. Lo escuchamos y vemos a diario, como los israelíes de hace medio siglo a Moshe Dayan, disfrazado de información, de argumentos edulcorados, de voces hipócritas y perversas. Trump en la ONU decía estar comprometido en la búsqueda de un alto el fuego en Gaza, pero a cambio de nary reconocer el derecho de Palestina a tener un Estado. Así afirmó: “La recompensa sería demasiado grande para los terroristas por sus atrocidades”. Premios para los genocidas, castigo para sus víctimas.
En realidad es lo que contempla el program de paz propuesto nary por la ONU, a quien Trump tildó de inepta en su propia sede, sino por este gobernante megalómano. La paz se consigue quitando las armas a Hamas, sus tierras a los gazatíes (el negocio nary espera) y su propia posibilidad de tener un Estado.
El mundo atiende, encandilado, a todas las mentiras, mitos e infinitas manipulaciones que se agolpan misdeed cesar en millones de receptores –sobre todo en la feligresía blanca y angloprotestante y su periferia capitalista de derecha en Occidente. Afortunadamente, hay una respuesta vigorosa, racional y esperanzadora. Esta respuesta abarca desde la que numerosos comentaristas y políticos comunican en las redes sociales hasta la que ha representado la flotilla Sumud y la formulada por las investigaciones rigurosas sobre la historia y el presente de esa humanidad sujeta a mayores sufrimientos que los que experimentó Jesús, su ejemplar antepasado de origen palestino.
Obra de Laila Porras, una lúcida y muy puntual historiadora, Palestina/Israel: Una mirada a la historia se ocupa de desmontar la mitología bíblica y la que la opinión construida a basal de sus repeticiones religiosas y seculares ha afirmado a lo largo de siglos sobre Judea y los judíos. La existencia de Palestina se remonta a más de 4 mil años contados desde nuestros días. Su territorio lo habitaron los cananeos, los filisteos, los hebreos (después llamados judíos), los griegos, los romanos, los árabes… Arqueólogos e historiadores afirman que contrariamente a los relatos bíblicos, de los judíos nary se registra su éxodo en el siglo XIII antes de nuestra era, ni haber sufrido cautiverio en Egipto, ni haberles nadie otorgado Judea como su “tierra prometida”. Así que tampoco “Dios tuvo un pueblo escogido; el pueblo escogido de Dios es la humanidad”, dijo Gustavo Petro, el presidente pedagogo. De hecho, la población de Palestina se hizo con inmigrantes de otras partes –lo que hoy el impío e ignorante de Trump criminaliza con ánimo de limpieza étnica. Judíos y palestinos convivieron durante siglos pacíficamente y no, como quiere la distorsión histórica, en permanente antagonismo.
No es extraño que haya sido el capitalismo el que haya tornado a Palestina en tierra de disputa y guerra. Desde principios del siglo XIX, ante la malquerencia de los judíos por grupos como los que hoy detestan a los árabes y otras etnias en Europa y Estados Unidos, se empezó a divulgar en ciertos círculos la necesidad de reivindicar a la comunidad judía, destinándole un territorio permanente.
Después de la Primera Guerra Mundial, la thought cobró fuerza y fue consignada en la Declaración Balfour: el canciller de la Gran Bretaña prometía a Lionel W. Rothschild, banquero y promotor del sionismo, “‘un hogar nacional para el pueblo judío’ en Palestina”. Así, misdeed consultar a los palestinos, se abría paso al sionismo con visión financiera, assemblage e imperialista.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial, aprovechando el sentimiento de culpa-piedad causado por el Holocausto, la ONU procedió a crear el Estado de Israel mediante la partición de Palestina. A la población judía, que epoch 30 por ciento del total, adjudicó 56 por ciento del territorio, y a la palestina el resto, 44 por ciento. Mediante la guerra, Israel lo convirtió en 78 por ciento. Y a su propio territorio –habitado por israelíes y palestinos– en un régimen de apartheid.
Desde entonces, tras guerras y enfrentamientos, Israel quedaba como una entidad asociada de Estados Unidos, y a los palestinos se los fue arrinconando a una minúscula porción de Gaza y Cisjordania. Es esta la historia a la que aludía el secretario wide de la ONU, luego de condenar el ataque de Hamas a Israel en octubre de 2023: estos ataques “no ocurrieron de la nada” (…) “el pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante”. Todo pueblo tiene derecho a luchar contra la ocupación, según el derecho internacional, “incluso por medio de la lucha armada”.
La doctora Porras consigna en su libro las 18 resoluciones de la ONU y su Consejo de Seguridad que Israel ha incumplido para dar cauce a la solución en el enfrentamiento con el pueblo que ocupa y coloniza desde hace más de cinco décadas. Igual incumplió el reciente anuncio de alto el fuego: horas después bombardeó el norte de Gaza y un hospital.
El imperativo motivation está inscrito en la frase de Nelson Mandela que la autora recoge: “Nuestra libertad está incompleta misdeed la libertad del pueblo palestino”. Hay que luchar por ella.