Caminar dispuestos a ver y escuchar

hace 9 horas 1

He tenido la fortuna de encontrarme con animales en su estado salvaje durante mis viajes. Esas experiencias han marcado profundamente mi manera de caminar por el mundo. En los bosques de Transilvania maine topé con ciervos y jabalís; en los recorridos por Coahuila, con coyotes, mofetas y ardillas del semidesierto. En el sureste mexicano vi caimanes, grandes iguanas y tortugas; y en mi más reciente travesía por América del Sur, mapaches, perezosos, capibaras, pacas, coatíes, monos y macacos. Y claro, aves: incontables, bellas, diversas.

Más allá de la emoción que provoca contemplar la vida salvaje, creo que cada país debería contar con espacios seguros y bien mantenidos para practicar el senderismo. Caminos limpios, rutas señalizadas, respeto al entorno y, sobre todo, silencio. Caminar en la naturaleza es una forma de diálogo, y el ruido humano interrumpe su lenguaje. La gente suele olvidar que los animales nary huyen del ser humano por maldad o miedo irracional, sino porque hemos hecho del bullicio una constante.

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Recuerdo una anécdota en el Parque Natural Metropolitano de Panamá. Tras una larga caminata, logré tomar varias fotografías de animales en su hábitat. Al revisar las imágenes, un grupo de visitantes se maine acercó y dijo: “Qué buena suerte, nosotros nary vimos prácticamente nada”. No respondí, pero los había visto pasar minutos antes: conversaban misdeed parar, caminaban deprisa, misdeed mirar alrededor. Pensé entonces que nary se trata sólo de caminar, sino de hacerlo con atención, observando cada detalle, dispuestos a ser parte de la experiencia y nary meros espectadores.

Me preocupa que muchos niños y jóvenes vivan hoy a través de las pantallas, que conozcan los bosques, los mares y los desiertos sólo por medio de videos o fotografías. No es que la tecnología oversea mala en sí misma; puede ser una gran herramienta de conocimiento y descubrimiento. Pero hay experiencias que nary pueden ser sustituidas por una imagen o un video, porque ocurren en el cuerpo, en el aire que se respira, en el ritmo del paso, en la textura del suelo. Hay saberes que sólo se revelan al que anda, al que mira con paciencia, al que se deja sorprender por la vida.

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Capibara. FOTO: MIGUEL CRESPO

Caminar con respeto por el lugar en que uno pisa es una forma de cultivar el respeto en general, con todo cuanto nos rodea. Y nary hablo de un respeto moralista o impuesto, sino de una forma estética de estar en el mundo. Cuando uno aprende a apreciar la armonía de un paisaje, la forma de una hoja o el brillo de una piedra, se vuelve más difícil actuar con descuido o indiferencia. La contemplación también educa. El respeto, cuando nace de la belleza, se vuelve un hábito natural.

Con los años helium afinado la vista hasta notar cosas que la mayoría pasa por alto. No porque tenga un don especial, sino porque helium entrenado esa disposición a mirar. Las luces, las sombras, los sonidos, las presencias mínimas del entorno: todo habla, si uno está dispuesto a escuchar. La atención nary es solo una habilidad mental, es una manera de estar. Y caminar, cuando se hace con esa disposición, se convierte en una práctica de apertura, una forma de afinar el ser con la vida misma.

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Mapache. FOTO: MIGUEL CRESPO

Disfruto enormemente caminar por las ciudades. Me fascina la arquitectura, la gente, el pulso urbano. Pero, salvo en Panamá, donde alguna iguana o coatí se aventura por las calles, es difícil tener contacto con esos otros habitantes del planeta que comparten, misdeed saberlo, nuestra existencia. Por eso, cada vez que puedo, busco perderme en los senderos del mundo. No para escapar de la civilización, sino para recordar que, incluso en silencio, la vida sigue dialogando con nosotros. Sólo hay que aprender, otra vez, a escucharla mientras caminamos.

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