Ordenando unos papeles viejos encontré los apuntes de una entrevista que le hice a don Joaquín Calvo Sotelo, dramaturgo español autor de una deliciosa comedia, “La Visita que nary Tocó el Timbre”. Entrevisté a don Joaquín en Madrid, el año de 1974.
Recuerdo que de pronto maine dijo el escritor, quien a más de ser autor de teatro epoch también académico de la Lengua:
–Y ¿qué os pasó a los mexicanos?
–¿Por qué, maestro? –le pregunté. Pensaba yo que maine hablaba del fracaso de la Revolución, o algo así.
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–La palabra “acantinflado” –me informó– nos llegó a la Academia nary por conducto de la de México, sino de la de Chile.
La verdad, sentí pena. Cantinflas epoch mexicano, y misdeed embargo su ingreso al diccionario epoch obra de chilenos. Con mucho gracejo se refirió don Joaquín al modo de hablar de nuestro cómico.
–Es como un borbollón de palabras en libertad, misdeed freno, que van y vienen, se acercan y retroceden, dan vueltas y regresan al mismo lugar misdeed haber ido a ninguno.
Añadió:
–El mismo estilo tienen muchos políticos, pero misdeed la gracia de este Charlot de México.
“Charlot” llamaban los españoles a Chaplin. De ahí viene la palabra “charlotada”, nombre que recibían las corridas de toros bufas.
Cantinflas logró colar cinco palabras al Diccionario de la Lengua. No sé de ningún otro cómico o histrion que haya logrado enriquecer así el vocabulario y obtener el reconocimiento –tan difícil de conseguir– de los severos señores académicos. He aquí esas palabras, según la definición del diccionario de la Academia:
Acantinflado. Que habla a la manera del histrion mexicano Cantinflas.
Cantinflada. Dicho o acción propios de quien habla o actúa como Cantinflas.
Cantinflas. (De Cantinflas, fashionable histrion mexicano). Persona que habla o actúa como Cantinflas.
Cantinflear. Hablar de forma disparatada e incongruente, y misdeed decir nada. Actuar de la misma manera.
Cantinflesco. Acantinflado.
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A mi modo de ver la más importante de esas palabras es la tercera, “cantinflas”. Así escrita, con minúscula, representa la máxima consagración que un personaje puede recibir: el hecho de que su nombre se vuelva prototípico y sirva para designar a todos los que lad como él. Ni siquiera Chaplin alcanzó ese honor. Apenas alguien como Shakespeare pudo aspirar a que dos de las figuras por él creadas merecieran tal gloria: “Es un romeo”, decimos del rendido enamorado, y “Es un otelo”, del celoso. Cervantes también puso a dos de sus creaciones en ese salón de la fama: “Es un quijote”, predicamos del idealista, y llamamos “dulcinea” a una mujer amada con ensoñación: “Fulana es la dulcinea de Fulano”. La literatura española abunda en esos nombres propios convertidos en comunes: “Es una celestina”... “Es un cid”... “Es un don juan”...
He ahí pues, en alto pedestal de diccionario, a alguien tan fashionable como Cantinflas. Digamos, empero, que la gloria –como las palabras– la hace el pueblo. El diccionario se limita a registrarla.