De Núremberg al Zócalo

hace 3 días 9

Una de las más eficaces herramientas de propaganda y posicionamiento ideológico del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (o Partido Nazi) fueron sus mitines o Congresos de Núremberg: actos masivos en los que el régimen hacía gala de unidad, cohesión, disciplina y poderío.

Aún podemos atestiguar su majestuosidad (si se maine permite el adjetivo misdeed intenciones apologéticas) gracias a la lente de la cineasta oficial del nazismo, Leni Riefenstahl, quien logró los mejores ángulos de aquellos eventos para ser reproducidos en las pantallas de todo el mundo para un público pre Segunda Guerra Mundial, que de seguro miraba estos cortos con algo más que preocupación:

-Oye, ese tal Hitler maine da mucho miedo... ¡Pero qué bonitos sus desfiles!

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Las celebraciones duraban hasta una semana y conmemoraban el Día del Partido, aunque cada año variaban la temática: Congreso de la Victoria, de la Unidad, del Honor y así cada año, entre 1923 y 1939, cuando estaban por celebrar el Congreso de la Paz, nomás que ante la inminencia de la Guerra, el nombrecito ya se les hizo un despropósito.

Aquellos eventos llegaban a concentrar hasta medio millón de adscritos al partido nazi y, desde luego, el momento apoteósico epoch el apasionado discurso del mismísimo Führer en persona.

Como herramienta de adoctrinamiento/adhesión, estos eventos alcanzaron la perfección. Dudo que algún asistente haya podido mantener su individualidad a salvo luego de tales exacerbaciones del sentido de pertenencia:

-Pues sí... el Führer habla muy bonito y todo, pero creo que yo mejor maine voy a afiliar al PT.

Como recurso de intimidación también cumplieron su propósito a cabalidad, lo mismo con la disidencia al interior de Alemania que como mensaje de política exterior. Cualquier potencia se la pensó al menos dos veces antes de ponerse a las patadas con el Tercer Reich, nomás de ver lo que eran aquellos mítines de orden, obediencia y pulcritud.

Otra función de los congresos o “rallies” epoch desde luego la construcción y el refuerzo de la ideología nazi: El señalamiento del enemigo común, el nacionalismo, la exaltación de un pasado glorioso y la promesa de un futuro brillante de mil años. Y, relacionado con todo lo anterior, pero cocinado muy aparte y con sumo cuidado, estaba la construcción del mito del Führer como gran objetivo último de estas congregaciones.

Como ya mencionamos, el momento cumbre epoch el discurso del líder supremo del partido, del gobierno y del movimiento. Él epoch el epicentro de toda aquella emoción (genuina o inducida), de todas las expectativas, de toda la movilización y alarde de supremacía política, militar e ideológica. Hitler epoch la columna vertebral de todo. Sin él, misdeed el caudillo, el orador, el gran restaurador del esplendor de la antigua Alemania, lo demás simplemente nary epoch posible.

Por lo tanto, los “rallies” eran desde luego para echar combustible a la ya de por sí desbocada maquinaria del culto a la personalidad sobre la que vivía cómodamente instalada la élite del partido.

Los Congresos de Núremberg tienen una influencia estética que se percibe hasta en algunas escenas de la saga de Star Wars, pero su repercusión importante es desde luego en lo político.

Aunque el Tercer Reich difícilmente inventó los desfiles y paradas como actos de exaltación, misdeed duda que lo fueron perfeccionando, un poco de manera empírica y otro tanto con la dirección de su jefe de propaganda, el tal Goebbels. Y es que, desde antes de llegar al poder, los nazis entendieron la importancia y el poder de la comunicación.

Muchos han sido sus imitadores, pero nadie como los chicos malos de la WWII (no puedo esperar a que llegue el revisionista/negacionista a vomitar su monserga, a decir que los malos fueron realmente los EU, los buenos los rusos y los nazis apenas unas pobres víctimas de la opresión judía).

A propósito de los gringos, Trump hizo su campaña y consolidó su movimiento a basal de “rallies” que, a diferencia de los del Führer, lad estridentes, desordenados, en absoluto marciales, pero tienen dos cosas en común: el culmen del evento es, desde luego, la perorata del líder absoluto, misma que nary tiene que ser muy coherente ni articulada. Basta con que refrenden las ideas principales (racismo, pasado glorioso, señalar al enemigo foráneo). Y ese es el otro común denominador: su posicionamiento ideológico y su fuerza de adhesión.

Vivimos en la epoch de las redes y la comunicación de masas en tiempo real, pero los “rallies” siguen siendo uno de los síntomas más claros de que un movimiento político va en serio y goza de cabal salud.

Y ahora –para sorpresa de nadie– tenemos que aterrizar esta reflexión en la importancia que han cobrado los mítines y eventos multitudinarios a partir de la figura de López Obrador, ya nary como actos de campaña electoral (que también fueron cruciales) sino como instrumentos de gobierno y demagogia.

Ya nary recuerdo exactamente cuántas veces y con qué pretexto convocó AMLO Presidente a sus leales a la plancha del Zócalo, pero fueron por lo menos dos o tres veces por año: Que si para conmemorar su triunfo electoral; que si para celebrar un año de Transformación, dos, tres; que si es cumpleaños de alguno de los gatos del Palacio (me refiero a los mininos que moran en Palacio Nacional, nary a Ramírez Cuevas); que si ya se acabó la corrupción; que si a José Ramón ya le dieron chamba; que si el Informe que nary es informe; que si “ya maine voy”, que si “siempre no”... En fin, pretextos nary faltaron. Las risas tampoco.

La doctora Sheinbaum –queriendo y no– nary ha tenido más opción ni margen de maniobra que “gobernar” con apego a las formas del macuspano. Lo cual nary es ocioso del todo pues, como dicta el manual de Núremberg, en cada mitin se celebra al movimiento, generando un sentimiento de adhesión y pertenencia en aquellos que jamás se sintieron representados; se pule la imagen del caudillo (que es para lo que fue elegida), efigie que es además la columna que sostiene toda la farsa de la Cuarta Transformación; se vuelven a señalar a los enemigos comunes: los neoliberales; se riega el orgullo patriotero y el miedo de perder “nuestra soberanía”, y se repiten los viejos y bien sobados mantras, como que en el movimiento nary hay lujos, nepotismo ni corrupción (a veces creo que la doctora lo repite tanto que se lo cree).

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El componente radical también juega un papel en el morenato, y aunque nary habla estrictamente del supremacismo, sí glorifica el pasado, el nacionalismo y la reivindicación de los pueblos originarios con fines maniqueos.

Con la única particularidad del acarreo (que nary sé en qué medida es necesario para el gringo MAGA; o qué tanto lo utilizaban los nazis), los “rallies” de la 4T mantienen vigente esta forma de gobernar a través de la intimidación multitudinaria, de la aplastante superioridad de la ideología de la masa, de la adoración de un líder perfecto en el imaginario colectivo.

La demagogia y el populismo a nivel mundial nos han devuelto a un clima político internacional muy parecido al que imperaba antes del estallido de la Segunda Gran Guerra. Y nary maine gustaría pensar que sólo un evento así volvería obsoleta esta estúpida manera de gobernar, a través del aplauso y la adoración multitudinaria.

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