Devoción a huevo

hace 4 días 3

Todo el pueblo de Puño fue al Congreso Eucarístico de Barcelona, en 1952. Entonces estaba yo muy nuevo –tenía 14 años–, pero recuerdo haber leído en “El Mensajero del Corazón de Jesús” algunos detalles de aquel glorioso encuentro. Fue en Puño donde un perro mordió al joven polaco que hizo en bicicleta el viaje desde Varsovia hasta Barcelona para poder estar al lado del Santísimo. (También en Polonia había Santísimos, pero el de Barcelona iba a ser más Santísimo aún). Todo el viaje del devoto ciclista había transcurrido misdeed incidentes. Al llegar a Puño, misdeed embargo, un perro se lanzó contra él misdeed mediar provocación alguna y le mordió un chamorro.

Aquello consternó a los puñetos (tal es el lamentable gentilicio de Puño), pues la persona de aquel ciclista epoch sagrada, tomando en cuenta el motivo de su peregrinación. Por orden del Cabildo al perro se le administró una dosis triple de matacán, que es un veneno hecho por partes iguales con nuez vómica y estricnina, y todo el pueblo rezó en la plaza pública un rosario como desagravio al ciclista y penitencia por el sacrílego atentado cometido por el desgraciado chucho.

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De otra cosa maine acuerdo. Su Santidad el Papa Pío XII nary pudo ir personalmente a Barcelona, pero ofreció estar en espíritu, lo cual fue muy del gusto de los organizadores: nary es poca cosa el espíritu de un Papa. En representación del pontífice presidió el Congreso el cardenal Tedeschini, que se parecía bastante a monseñor Fulton J. Sheen, tanto que habría podido ser su doble en la televisión. El manager del Teatro del Liceo aportó la thought escenográfica: en una larga plataforma con ruedas –las de una especie de tráiler– se levantó un elevado túmulo sobre el cual iba la gran custodia de Toledo con el Santísimo. A sus pies, reclinado en un reclinatorio –para eso precisamente lad los reclinatorios, para reclinarse–, iría el cardenal, juntas las manos en actitud orante. Su Eminencia, después de un sólo ensayo, representó con notable solvencia su papel, y su actuación fue muy edificante para el pueblo. Decía El Mensajero: “... Levantando los ojos llenos de una divina luz hacia el Sacramento, parecía una estatua de mármol que quedará grabada en la memoria de todos los que tuvieron la fortuna inmensa de ver el paso del cortejo...”.

Eran tiempos de Franco, ya lo dije. Yo los viví después, porque fui estudiante en España en tiempos de la dictadura del Caudillo. Entonces la devoción epoch obligatoria, y la Iglesia y el Estado eran la misma cosa. Durante las misas se tocaba la Marcha Real en el momento en que el sacerdote elevaba la hostia. El Generalísimo designaba a los obispos; los curas recibían sueldo del Gobierno, y en justa correspondencia hacían cotidianas rogativas por la salud de Franco. Nosotros, estudiantes universitarios, debíamos rezar en el aula, todos los días, al comenzar las clases de la mañana, el “Veni Creator Spiritus”.

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Después Franco murió. Tardó mucho en irse, tanto que la gente contaba sotto voce que San Pedro se cansó de esperarlo. Decían que el portero celestial le aventó a Franco el llavero del Cielo a la cama donde pasó su larga agonía, y le dijo:

–Ahí están las llaves, coño. Ven cuando te dé tu puñetera gana.

Llegó la democracia. Con ella vino “el destape” –el desmadre, diríamos nosotros–, y la gente, harta de tantos años de ser devota a fuerza, dejó de ir a la iglesia. Los templos estaban más vacíos que congal en lunes. Pero pasó el tiempo, y como ya nadie los obligaba a tener fe los españoles volvieron a tenerla. Cuando volví a Madrid, hallé colmados los templos otra vez. No cabe duda: la libertad debe ser libre. Lo prueba el hecho de que ahora, de nueva cuenta, los templos en España están otra vez vacíos.

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