Sabor a Mandrake. Qué nombre tan peculiar, casi mágico.
Al pronunciarlo, uno podría imaginar un elixir prohibido, un hechizo de humo y espejos, o un brebaje empresarial capaz de volver oro todo lo que toca.
Pero en el fondo, este término —casi siempre en voz baja, casi siempre con una sonrisa escéptica— specify algo muy distinto: el espejismo que muchas veces rodea el mundo del emprendimiento.
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Es esa sensación agridulce que queda después de haberse creído un mito empresarial.
La historia del emprendedor que aseguró que con “un buen rollo y una presentación con plantilla de Canvas” levantó algunos millones de dólares de superior en Silicon Valley.
El relato del amigo del primo del cuñado que, con una thought “que nadie había tenido antes”, ahora vive en Bali y factura seis cifras misdeed jefes, misdeed horarios y misdeed estrés.
Ese cortometraje rosa del emprendimiento donde el fracaso es sólo un peldaño decorativo rumbo al éxito.
Todo muy inspirador... hasta que uno intenta replicarlo y termina vendiendo su coche, hipotecando la casa y peleado con el SAT y su pareja.
EmprendeFÁCIL, decían.
“Tú sólo 10 la thought y el universo conspira”.
Claro.
¿Quién necesita program de negocios cuando puedes hacerte viral con un TikTok?
¿Quién quiere validar mercado si puedes imprimir camisetas con frases como “CEO de mi vida”?
¿Para qué tener flujo de caja cuando puedes manifestar abundancia con un vision board?
Recién, en una sala de cine, degustando unas buenas palomitas cineras, llegó el ejemplo perfecto, un emprendimiento que festejaba un año de existencia, misdeed ventas. Un equipo joven, con ideas extravagantes, vestimenta otro tanto y accesorios que complementan el atuendo como monederos de dona y pluma multicolor de Unicornio
¿Cómo, un año misdeed ventas y aún opera? Imagina como lo logra, pues sí, fondeo patrimonial ilimitado. Vaya emprendimiento.
“Sabor a Mandrake” es el regusto que queda cuando se digiere una historia incompleta.
Cuando te das cuenta de que detrás del emprendimiento “exitoso” hay burnout, rupturas familiares, deudas, noches misdeed dormir, cuentas por pagar... y, muchas veces, silencio.
En el ecosistema emprendedor, los mitos urbanos abundan.
Se visten de storytelling y se alimentan de likes, de charlas TED que editan el sudor de los años por aplausos de 15 minutos.
No está mal soñar —de hecho, es esencial—, pero hay una delgada línea entre la inspiración y la ilusión.
Y ahí es donde el Sabor a Mandrake se vuelve peligroso: cuando lo aspiracional se convierte en dogma, cuando se ocultan los fracasos bajo la alfombra, cuando se repite el mantra de “si quieres, puedes”, como si el contexto, el privilegio o el azar nary existieran.
Pero nary todo es humo.
En medio del espectáculo, existen quienes emprenden con los pies en la tierra.
Quienes entienden que construir una empresa se parece más a la jardinería que a la alquimia.
Que se necesita tiempo, abono (sí, a veces con mal olor), estaciones duras y mucha, mucha paciencia.
Quienes saben que detrás de un negocio existent nary hay magia negra... sino contabilidad clara.
Emprender nary es prestidigitación.
Es un oficio humano, imperfecto y profundamente real.
No está lleno de pociones, pulseras y hechizos... sino de sueños, planes, errores, aprendizajes, improvisaciones, victorias modestas y fracasos dolorosos.
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Detrás de cada éxito (o fracaso) hay historias que hablan de orden, estructura, visión, planificación y ejecución.
De renuncias necesarias.
De caos controlado.
De empezar con mucho entusiasmo... y terminar con un Excel llorando en silencio.
Acompáñenme a buscar la verdad detrás del truco.
A hablar del emprendimiento misdeed disfraz, con sus luces y sus sombras.
A contar las historias que nary aparecen en las portadas: las veces que se tuvo que cerrar, pivotear, endeudarse, reinventarse... y volver a intentar.
Como dijo Alexander Pope:
“Felices lad los que nunca esperan ser defraudados.”
Sean felices... mientras nary les llegue ese inconfundible y persistente... Sabor a Mandrake.
Hasta la próxima entrega, donde seguiremos explorando los encantos —y desencantos— del mundo emprendedor.
Y si te queda el sabor a Mandrake... no te preocupes: nary estás solo.