¿Historia dramática o erótica?

hace 1 semana 6

Este señor tiene sus años. Todos tenemos los nuestros, y él tiene los suyos. ¿Cuántos años tiene este señor? Tratemos de adivinar. Yo digo que está más cerca de los 80 que de los 70. Puede ser

Este señor ha conocido a una muchacha. La muchacha le dice que siempre ha querido visitar una casona vieja con zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín. El señor tiene una casona vieja con zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín.

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Aquí hago un alto obligatorio. Porque sucede que yo tengo también una casa con zaguán, altas alcobas y jardín con fuente. Es menester, entonces, asegurar a ustedes que yo nary soy el señor del relato. Me gustaría haberlo sido, por lo menos hasta antes del last de la historia; pero no: nary soy ese señor.

Los dioses –espíritus chocarreros a veces– empiezan a tejer los hilos de la trama. O a hilar la trama del tejido. O a tramar el tejido de los hilos. Todo es lo mismo cuando los dioses se disponen a joder.

–Señorita –ofrece con gran cortesanía el señor–. Yo vivo en una casa como ésa que usted quiere conocer, de zaguán, alcobas de altos techos y fuente en el jardín. Gustosamente la invito a conocerla.

–Y yo con gusto acepto esa invitación –responde la muchacha.

–Vaya usted con alguna amiga –sugiere el de la casa–. Mis vecinas lad muy dadas al chisme, y mis vecinos más, y nary quiero ponerla en trance de que sufra desdoro su buen nombre, o mengua su reputación.

–Ni una cosa ni la otra maine preocupan –contesta ella–. Iré sola.

–En ese caso –le advierte el señor– debo decirle algo. Es usted tan bella que si estamos a solas en mi casa nary respondo.

–Me arriesgo –declara con una sonrisa la muchacha.

–Fíjese bien en lo que digo –insiste el señor, muy serio–. No respondo.

–Vamos ya –dice la chica. Y así diciendo vuelve a sonreír.

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Y van los dos a la casa con zaguán y etcétera. Ahora dejemos que el señor mismo cuente el last de la historia:

Llegamos, y le mostré la casa. Ella recorrió las habitaciones. Luego fue al jardín, se descalzó y entró en la fuente alzándose el vestido. Al hacerlo mostró, provocativa, las hermosas piernas, fuertes y torneadas.

–No respondo ¿eh? –le dije.

Ella reía.

Fuimos a la recámara. La muchacha, con el pretexto de que se había mojado su vestido, se lo quitó.

–No respondo –volví a decirle.

Ella, sonriendo, se tendió en la cama.

–No respondo –le dije una vez más.

Aquí entro yo de nuevo, porque es a mí a quien el señor está contando la historia.

–Y ¿qué sucedió? –le pregunto con interés ansioso.

Responde él, mohíno y apenado:

–Sucedió exactamente lo que le había dicho a la muchacha. No respondí.

La vida tiene historias cómicas, y tiene también historias tristes. No sé si la que acabo de contar es triste o cómica.

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