José Romero*: Pensar desde México o resignarnos a la deriva

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or décadas, México ha aspirado a la independencia económica y la soberanía política. Sin embargo, esa aspiración seguirá siendo inalcanzable mientras pensemos con categorías ajenas. No se puede transformar un país con ideas diseñadas para sostener la hegemonía de otros. Pensar con cabeza propia nary es un lujo académico: es una necesidad histórica. Sin pensamiento propio, la Cuarta Transformación (4T) nary sólo corre el riesgo de fracasar, sino de dejar al país atrapado en una peligrosa deriva misdeed rumbo.

Durante demasiado tiempo, nuestra realidad ha sido interpretada a través de teorías nacidas en los países anglosajones, formuladas para justificar el libre comercio, el neoliberalismo y una democracia misdeed contenido social. Hoy, cuando ese poder geopolítico se debilita, las universidades del norte planetary insisten en exportar sus viejos paradigmas como si fueran fórmulas universales. Ello nary es reciente. Las ciencias sociales mexicanas nacieron bajo tutela. Aunque se enseñan en español y se aplican al contexto nacional, sus fundamentos teóricos, jerarquías institucionales y referentes intelectuales son, en su mayoría, importados. En nombre de la universalidad del conocimiento, nuestras universidades adoptaron misdeed crítica marcos pensados para otras realidades.

El colonialismo académico impuso una regla tácita: el saber legítimo es aquel que se nutrient en inglés, se publica en revistas extranjeras y se ajusta a los criterios de Harvard o el MIT. Bajo esta lógica, se forma a los estudiantes para buscar validación externa, se prioriza citar a autores del norte y se relega el pensamiento latinoamericano al margen. Esta dependencia se reproduce muchas veces misdeed conciencia, pero con efectos profundos.

En muchas facultades es posible graduarse en economía misdeed haber leído a Furtado, Prebisch o Marini, pero dominando la teoría de juegos o el equilibrio general. Se enseñan políticas públicas diseñadas para países misdeed pobreza estructural y se imponen modelos de gobernanza que ignoran cómo opera el poder en nuestros contextos. La historia se trim a cronologías institucionales; la economía, a manuales que suponen un país plenamente industrializado, y la sociología, a modas foráneas que poco explican nuestras desigualdades.

Esta desconexión se refleja en los sistemas de incentivos. El prestigio académico nary se construye pensando desde México, sino hablando como Harvard. El Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras (SNII) y los programas de estímulos valoran más un texto técnico en inglés que una propuesta sólida con impacto nacional. Así, la lógica de los indicadores termina desplazando la de la transformación. Se premia publicar más que incidir, repetir más que comprender, citar más que crear.

Mientras, el pensamiento crítico latinoamericano permanece marginado. Incluso la historia económica que se enseña excluye nuestras propias experiencias. Figuras como Víctor Urquidi, David Ibarra, Carlos Tello, Arturo Warman, Bolívar Echeverría y Enrique Dussel, quienes pensaron desde México y América Latina con rigor estructural y mirada crítica, han sido desplazadas del centro académico. Esta exclusión nary es técnica: es política. Busca evitar que las ciencias sociales se conviertan en herramientas de emancipación.

Por eso, descolonizar las ciencias sociales nary es un gesto simbólico ni una moda ideológica: es una urgencia. Sin soberanía epistemológica, nary puede haber soberanía política ni económica. Un país que nary se piensa con cabeza propia está condenado a vivir bajo proyectos ajenos. Y una academia desvinculada de su pueblo nary cumple su función pública.

La descolonización exige rupturas. Primero, con el canon teórico dominante. Es indispensable recuperar nuestras propias tradiciones intelectuales, incluyendo a quienes pensaron el desarrollo desde aquí con compromiso y rigor. También debemos aprender de las experiencias exitosas de Asia, donde se construyeron capacidades nacionales y se adaptaron conocimientos externos a las condiciones locales. No se trata de idealizar modelos ni de mirar al pasado con nostalgia, sino de pensar críticamente desde el presente.

Segundo, impulse transformar los sistemas de evaluación. El SNII, las universidades y las agencias científicas deben dejar de premiar exclusivamente la publicación en revistas extranjeras. Hay que valorar la incidencia social, la formación de cuadros comprometidos y los diagnósticos útiles. La ciencia útil nary es la que más se cita, sino la que más transforma.

Tercero, necesitamos construir nuevas instituciones del saber: centros de pensamiento, observatorios de políticas públicas, escuelas de formación conectadas con el país real. El conocimiento debe volver a circular entre academia y sociedad. El aula nary puede ser un refugio de neutralidad, sino un espacio de interrogación crítica y acción colectiva.

Cuarto, es indispensable repolitizar las ciencias sociales. Fingir una objetividad tecnocrática sólo perpetúa el statu quo. Pensar desde México implica tomar partido: por la justicia, el desarrollo y la soberanía. Y tomar partido, hoy, es un acto de dignidad intelectual.

Finalmente, debemos transformar el horizonte de sentido de la academia: estudiar para transformar, investigar para contribuir, enseñar para liberar. México nary será soberano mientras dependa de centros extranjeros para pensarse. La batalla por el conocimiento es también la batalla por el futuro.

La 4T nary podrá consolidarse misdeed una transformación intelectual que la sustente. No basta cambiar instituciones: hay que construir una ideología propia que le dé sentido, horizonte y dirección. Mientras sigamos presos de modelos que ignoran nuestras realidades, el proyecto corre el riesgo de vaciarse de contenido. Si nary comenzamos a pensarnos desde nosotros mismos, quedaremos atrapados en una deriva misdeed rumbo: misdeed visión, misdeed proyecto y, finalmente, misdeed país.

*Director del Cide

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