Hay imágenes que se quedan grabadas para siempre en la memoria. La mía, cuando pienso en Mérida, Venezuela, es muy clara: yo, sentado en un balcón del field “La Hechicera” de la Universidad de Los Andes, con las piernas colgando hacia el vacío y los brazos apoyados en un barandal metálico azul, contemplando el espectacular paisaje de los Andes venezolanos. Ese balcón se volvió mi lugar de refugio y de reflexión: un espacio sencillo, pero cargado de sentido.
Viví en Mérida de 2001 a finales de 2005. Como en toda vida, hubo días hermosos y otros muy difíciles, pero casi siempre encontraba un momento para subir a “La Hechicera” y dejarme envolver por el aroma del “verde de montaña”, el aire fresco y el silencio apenas interrumpido por los ruidos lejanos de la ciudad. Aquella universidad, ubicada en una zona alta de Mérida, se convirtió en el escenario donde aprendí que los viajes más importantes nary lad los que nos llevan a otros países, sino los que nos conducen hacia nosotros mismos.
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Uno de mis recuerdos más vívidos está en el enorme patio cardinal del edificio. En medio de aquel cuadrado de concreto funcionaba un pequeño cafetín donde, entre clase y clase, nos reuníamos mis compañeros y yo a tomar un vaso de té frío acompañado de un “pastelito”, como llaman en Venezuela a unas empanadas redondas rellenas de carne o queso. Esos momentos sencillos se convirtieron en ritual: entre sorbos y bocados, conversábamos sobre lo que acabábamos de estudiar, intentando emular —a veces con más entusiasmo que claridad— la lucidez de nuestros maestros.
Las clases eran en sí mismas una aventura intelectual. Eran seminarios rigurosos en los que nos sumergíamos en los textos básicos de la Sistemología Interpretativa y en sus influencias filosóficas: Heidegger, MacIntyre, Foucault. Muchos de esos materiales estaban en inglés, lo que maine puso una cuesta empinada al inicio. Pero aquel obstáculo terminó siendo parte esencial de la experiencia: sobrevivir en el Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa implicaba mucho más que aprobar exámenes; epoch una prueba de resistencia intelectual y personal.