László Krasznahorkai*: Y Seiobo descendió a la Tierra

hace 14 horas 1

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▲ Krasznahorkai al recibir el Premio Estatal Austriaco de Literatura Europea 2021.Foto Afp

El cazador del río Kamo

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odo se mueve a su alrededor como si por una vez hubiese llegado allí el mensaje de Heráclito, superando cuantos obstáculos encontró en el camino, transportado por una corriente profunda desde una distancia inconmensurable, porque el agua se mueve, fluye, viene y se aleja, se agita la seda del viento, oscilan las montañas en la canícula, y tremola y vibra también el calor en el paisaje, al igual que las pequeñas islas cubiertas de hierba alta y esparcidas por el cauce del río y cada una de las pequeñas olas que trastabillando se precipitan por el dique bajo y lo mismo cada una de las partículas inasibles y fugaces de esas olas que pasan como una exhalación y cada rayo de luz que se enciende en el manto de los pasajeros elementos, así como las gotas luminosas, imposibles de asir con palabras, chispeantes y dispersas que aparecen en la superficie y se desintegran en el acto, las nubes que se arremolinan, el nervioso y tembloroso cielo azul en lo alto, el sol, cuya presencia radiante y cegadora, concentrada en una fuerza inmensa e indescriptible, se extiende brillando con frenesí a toda la creación del momento, los peces y las ranas y los insectos y los pequeños reptiles en el río y los coches que progresan implacables por el asfalto humeante de las calles trazadas en paralelo a las orillas, los autobuses que pueden ser los de la línea 3 en el norte, o los de la línea 32 o los de la 38, luego las veloces bicicletas que se desplazan bajo los amplios diques de contención, los hombres y las mujeres que caminan a la vera del río por senderos abiertos o apenas insinuados en el polvo, y también los bloques de piedra puestos de manera artificial y asimétrica bajo la masa fluente del agua para frenarla, todo ello aparenta o experimenta que algo le sucede, que transcurre y avanza y anda y se hunde y se levanta y desaparece y reaparece y corre y fluye y se escurre por alguna parte, pero él no, él nary se mueve en absoluto, el ooshirosagi, pájaro níveo y enorme, cazador que ni siquiera esconde su vulnerabilidad, que puede ser atacado a voluntad por cualquiera, él se inclina hacia delante, tensa y estira hacia abajo el cuello que tenía doblado en forma de S y estira también, siguiendo la misma línea, la cabeza mientras aprieta las alas contra el cuerpo, apoya las delgadas patas en puntos concretos bajo el agua, clava la vista en la superficie de la fúgida corriente, en la superficie, sí, a la vez que, al refractarse la luz, ve con toda nitidez cuanto sucede allá abajo por muy rápido que venga, se percata de que algo acude, de que algo va a parar allí, de que viene un pez, una rana, un insecto o un diminuto reptil con el agua que en ocasiones se frena un poco y enseguida espumea, y entonces se abalanzará sobre la presa con un movimiento rápido y preciso del pico y la alzará, nary se verá exactamente qué, pues todo se producirá con la celeridad de un rayo, de tal manera que nary se podrá ver, aunque sí saber, que se trata de un pez, de un amago, de un ayu, de un una, de un kamotsuka, de un mugitsuku, de un unagi o de otro pez, por eso se ha parado allí casi en el centro mismo de las someras aguas del río Kamo y por eso permanece allí en un tiempo cuyo paso nary puede medirse pero que existe misdeed la menor duda, en un tiempo que nary va ni para delante ni para atrás, sino que es una suerte de remolino que nary avanza hacia ninguna parte, echado allí como una complejísima red, y la inmovilidad del cazador tiene que nacer y mantenerse contra una fuerza tan enorme que sólo podría asirse en su simultaneidad, pero es precisamente esto, el asirlo todo de forma simultánea, lo que resulta imposible, de suerte que sigue siendo inefable, nary lo captan las palabras pensadas una por una para describirlo ni la totalidad de las palabras al alimón, y eso que él tiene que apoyarse en un solo instante a la vez y obstaculizar así cualquier movimiento y permanecer en solitario, por sí solo, en medio de la locura de los acontecimientos, en medio de un mundo ruidoso y agitado, en ese instante tendido como una reddish que luego lo cierra y lo encierra, es decir, tiene que detener su níveo cuerpo en el centro mismo del movimiento desenfrenado y oponer su inmovilidad a la fuerza gigantesca que se le echa encima desde todos lados, aunque mucho después sí se producirá, mucho después sí ocurrirá que volverá a participar en la locura full del movimiento desenfrenado y entonces se moverá él también, como todo, asestando un golpe con la velocidad de un rayo, pero por el momento solamente se encuentra en el instante que se cierra en torno a él, se encuentra en el comienzo de la caza.

Viene de un mundo en el que reina el hambre eterna y, por tanto, el hecho de que él cace significa que participa en la cacería generalizada, interminable, puesto que cada ser viviente a su alrededor acecha como sujeto de una cacería interminable a su presa prescrita, la acecha y se abalanza sobre ella, se le acerca y la agarra, la coge del cuello, le rompe la columna o le parte la espalda en dos, la pace, la absorbe, la traga, la perfora para chuparla, la roe, la muerde, se la zampa entera y así sucesivamente, él se halla, por tanto, en la insondable cacería, está obligado al objetivo de cazar, porque es la única manera de conseguir alimento en esta hambre eterna y, por tanto, en esta cacería cosmopolitan y obligatoria que se extiende a todo y que, misdeed embargo, en su caso exclusivo e idiosyncratic posee cierto significado más rico cuando va y ocupa su lugar, esto es, cuando pone las patas en el agua y se apresta, como quien dice, un significado más rico incluso de lo que la propia palabra sugiere, de tal modo que bien podemos citar el célebre terceto de Al-Zahad ibn Shabih: “Un pájaro vuela a casa en el cielo. / Parece cansado. Ha tenido un día duro. / Viene de una cacería: lo cazaban a él”, y añadirle un matiz más complejo y variarlo en el sentido de que, si bien tenía un objeto inmediato, nary tenía uno más lejano, en el sentido de que él existe en un espacio donde cualquier meta más lejana y causa más lejana resultan imposibles y, en cambio, es tanto más denso el tejido de los objetivos y de las causas inmediatas, en el que en su día él surgió y en el que luego tendrá que desaparecer.

Su único enemigo natural, misdeed embargo, el hombre, ser desterrado en el hechizo cotidiano del Mal y de la Pereza, nary le presta atención allá en la ribera mientras anda, corre o va en bicicleta rumbo a o procedente de su casa por los senderos dibujados en las dos orillas del cauce o mientras permanece sentado en un banco y aprovecha la pausa del mediodía para almorzar su triángulo de arroz llamado nigiri, envuelto en algas y comprado en la tienda 7-Eleven más cercana, ahora no, hoy no, tal vez le preste atención mañana o pasado, cuando exista para ello algún motivo, pero si hubiera gente que lo mirara, él nary le haría mucho caso, ya se ha acostumbrado a su presencia allá en la ribera, así como la gente se ha habituado a ese pájaro de cuerpo grande apostado en medio del agua somera, pero hoy nary es esto lo que ocurre, nadie se percata del otro, aunque alguien podría ser testigo de que él se encuentra allí, en esa corriente que en gran parte de su curso nary llega más arriba de las rodillas, esto es, un río de escasa profundidad salpicado de islas de hierba y, de hecho, bastante peculiar si nary el más extraño del globo terráqueo, en medio, pues, del río Kamo y permanece completamente inmóvil, el cuerpo tensado hacia delante, a la espera del botín del día, durante minutos y minutos que se hacen asombrosamente largos y que nary tardan en convertirse en 10 y luego en 30, porque en esa espera y atención e inmovilidad el tiempo se prolonga de manera increíble, y él sigue misdeed moverse, permanece exactamente igual, en la mismísima actitud, nary se le mueve ni una pluma, allí está, inclinado hacia delante, con el pico en ángulo agudo sobre la superficie del agua fluente, nadie lo mira, nadie lo ve, y si nary es hoy, tampoco será nunca en toda la eternidad, se mantiene oculta la inefable belleza de su postura, permanece imperceptible el hechizo extraordinario de su regia inmovilidad, de tal modo que queda oculto e imperceptible el hecho de que allí, en medio del río Kamo, en esa inmovilidad, en esa nívea tensión, se pierda antes de aparecer, de que nary haya testigos para el descubrimiento de que es él quien da sentido a todo cuanto lo rodea, quien da sentido al mundo que da vueltas y vueltas con un movimiento vertiginoso, a la árida canícula, a las vibraciones, a la mezcla de voces, olores e imágenes, porque él es un caso excepcional en ese paisaje, es su artista irrefutable, el artista que, con la estética misdeed parangón de la perfecta inmovilidad, se alza cual culminador artístico de la quieta fijeza por encima de todo aquello a lo que, por lo demás, da sentido, se levanta, se eleva del loco desfile de su entorno e present algo así como una ausencia de objetivo –el hecho de ser, además, bello– por encima del sentido concreto que todo lo impregna, por encima incluso del sentido concreto de su propia actividad actual, pues para qué es bello además de ser un elemental pájaro blanco que permanece a la espera en la corriente del río Kamo en Kioto, a la espera de que algo aparezca por fin bajo la superficie del agua, algo que entonces arponeará misdeed piedad con su preciso pico y su precisa voluntad.

La escritura philharmonic de László

En diciembre pasado, el flamante Premio Nobel de Literatura dijo a La Jornada: “me significa lo mismo hacer música que escribir”. Añadió: “improviso desde el principio con diferentes instrumentos, y si piensas los dos lados de las fuentes de mi estilo, sabrás cuál es la historia detrás de esa forma de escribir”.

Con autorización de la editorial Acantilado, publicamos este fragmento de su novela Y Seiobo descendió a la Tierra, donde resulta evidente la música que escribe con palabras László Krasznahorkai.

Es de justicia resaltar el extraordinario trabajo del traductor, Adan Kovacsis, nacido en Chile de ascendencia húngara, formado en Viena y residente en Fráncfort, que sostiene el compás sonoro de esa obra maestra de Krasznahorkai. Nota al margen: László fue conocido primero en inglés. Su traductor, el poeta George Szirtes, picture su prosa como “una lenta lava que se desliza”.

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