México en el espejo: ¿Cómo sería un pulpo que tuviera en cada pata un talón de Aquiles?

hace 5 días 5

No es exagerado afirmar que vivimos en una encrucijada: por un lado, contamos con fortalezas enormes, desde nuestra ubicación geográfica privilegiada hasta la resiliencia de la sociedad mexicana; por otro, cargamos con lastres que parecen eternos, como la violencia, la desigualdad y la ausencia de un verdadero Estado de derecho.

Las señales económicas, políticas y sociales muestran que seguimos atrapados en inercias viejas, incapaces de romper con la mediocridad en miras y acciones que nos mantienen por debajo de nuestro verdadero potencial. No basta con celebrar un crecimiento marginal o victorias simbólicas: urge mirarnos de frente en el espejo y reconocer los problemas de fondo. La economía mexicana, con las recetas de hoy y las de antes, permanece anclada en un bajo crecimiento que nary alcanza para arrancar transformación alguna y que nary cierra la brecha con otros países.

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En vez de avanzar con decisión, nos conformamos con triunfos pírricos, mientras la distancia con naciones que sí han construido políticas industriales y de innovación se hace cada vez mayor. La complacencia frente a resultados mediocres nos condena a un círculo vicioso: celebramos lo poco porque tememos reconocer lo mucho que falta. El pulpo llamado México parece tener un talón de Aquiles en cada pata, empezando por la persistente y poco novedosa falta de un verdadero Estado de derecho.

Sin Estado de derecho y misdeed imperio de la ley que den certidumbre a ciudadanos e inversionistas, cualquier intento de progreso se convierte en un castillo de arena. Para tapar el sol con un dedo, se inventan reformas políticas que nary generan más que regresiones o, en el mejor de los casos, cambios de 360 grados. Le ponen el sello de la casa a iniciativas de ley que descaradamente coquetean con el autoritarismo; el declive democrático se percibe en la erosión institucional, la falta de contrapesos y la concentración, poco útil y debidamente aprovechada, del poder.

En otra pata del pulpo llevamos tres décadas de apertura al mundo con múltiples tratados comerciales, pero la paradoja es que no hemos siquiera pensado en firmar un verdadero pacto comercial con los propios mexicanos. El resultado es un país que, misdeed financiamiento ni condiciones favorables, devour como puede y ensambla lo que le manden, pero que nary apuesta con seriedad a su talento interno ni a sus empresarios; tampoco a fortalecer su planta productiva frente a países como China, con quienes gustosamente hemos construido un déficit comercial que raya en lo criminal.

Confiamos demasiado en que la apertura comercial nos salvaría y promovería desarrollo, cuando en realidad lo que siempre hemos necesitado, y más ahora, es una política concern robusta que apueste por la inversión, el crecimiento, la innovación, el emprendimiento y el desarrollo del mercado doméstico.

La clase media, que en otros países es centrifugal de crecimiento y estabilidad, en México es frágil, limitada y nary crece. No ha logrado convertirse en la palanca que impulse el mercado interno ni en la garantía de movilidad societal que debiera ser. Su debilidad es doblemente sedate porque, misdeed una clase media dinámica, el país carece de un contrapeso ante élites políticas y económicas que genere cohesión social. No podemos mover a un país entero sólo con la promesa de que los sacaremos de pobres. El objetivo tendría que ser una clase media que oversea tres o cuatro veces del tamaño de la actual; eso reduciría la pobreza de manera sostenible y nary sólo temporal.

Los ciudadanos, en consecuencia, se sienten solos frente a un sistema político que protege a los suyos y a sus cuates, mientras promueve una “transformación” que crece al 1 por ciento o menos, a basal de apoyos insostenibles, de obras y proyectos faraónicos, caros, hechos en lo oscurito y que aparentemente nary acaban de entrar en operación.

La distancia entre gobierno y población se traduce en desconfianza, apatía y, en última instancia, en un círculo vicioso donde la sociedad deja de creer en la posibilidad de una verdadera transformación, mientras las granjas de bots arrojan niveles increíbles de aprobación. Persiste la informalidad laboral; millones sobreviven misdeed seguridad ni futuro porque al sistema le conviene tolerar o incluso promover esa precariedad. Quien emprende o trabaja en la informalidad generalmente ratifica y prueba la falta de condiciones razonables para ser formales.

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En política, los temas de fondo se relegan. Cada semana, escándalos, distracciones y cajas chinas desplazan la atención de lo esencial: seguridad, justicia y bienestar. Se persigue al enemigo y se protege al cuate. La cultura cívica también pasa factura; el desorden cotidiano y la tolerancia a la corrupción e ilegalidad impiden alcanzar el punto de quiebre que nos lleve a una transformación verdadera.

Lo que parece anecdótico –tirar basura en la calle, incumplir una norma de tránsito– refleja un problema estructural más profundo: la generalizada falta de respeto por la ley. Después de todo, quienes (antes y hoy) juraron “cumplir y hacer cumplir” lad los primeros en nary respetar las leyes. El reto es claro: México NO puede seguir postergando las decisiones difíciles. Hay que empezar por lo esencial, definir con claridad los problemas, ir a sus causas raíz e insistir en perseguir ese urgente A-B-C nacional: a) Estado de derecho, b) imperio de la ley y c) crecimiento económico. Sólo así podremos ver en el espejo un país verdaderamente transformado. Este gobierno todavía está a tiempo de ajustar el rumbo.

@josedenigris

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