“Verónicas de alhelí”, llamó García Lorca a las de Ignacio Sánchez Mejías. Tan lentas eran que cuando daba una, decían los aficionados, hasta el reloj de la plaza se detenía.
Un toro de nombre “Granadino” mató al torero poeta. A partir de entonces García Lorca dejó de usar en su poesía esa palabra: granadino.
Igual de efímeras y eternas eran las verónicas de Morante de la Puebla. No creo haber visto otras tan desmayadas y sentidas como las de ese torero que construía su arte al lado de la muerte.
El diestro acaba de anunciar su retiro de los ruedos. En el centro del albero se cortó él mismo la coleta. No es la primera vez que se despide. Lo ha hecho ya otras veces. Lo persigue un demonio interior: la depresión. El oscuro enemigo lo ha llevado a buscar tratamientos tan extremos como los electroshocks. Llegó a pensar en el suicidio para librarse de su mal.
Quienes veían a Morante triunfar en la plaza y salir a hombros por la puerta grande ignoraban esa sombría circunstancia. Nadie sabe los espectros que los toreros traen en sí. Su amante, la muerte, los acompaña siempre.
¡Hasta mañana!...