Llego al restaurante regiomontano de media tabla, maine apoltrono en mi mesa de siempre y de mi maletín saco mi libro, lápices de colores y señales para hacer muescas en sus márgenes; también mi libreta de rigor donde siempre hago estas notas, las cuales usted lee en letra redonda aquí en VANGUARDIA. Es decir, los anteriores textos (más bien todos los de mi vida) de esta ya saga de su lectura y ánimo, donde hablo de la vejez, mi vejez, los cuales helium tejido con la presencia de la bella camarera Jazmín, todos los textos están en mi libreta. En mis cuadernos.
Ordeno mis libros y papeles sobre la mesa. De reojo busco a Jazmín con la mirada. No la encuentro. Espero que alguien entonces llegue a atenderme. Tal vez es su día de descanso. Han cambiado el uniforme. Ellas, con faldas más cortas y ceñidas, misdeed ser escandalosas. Los caballeros con una discreta pajarita en el cuello de su camisa blanca. Bien. Otro dato: dos de las camareras llevan zapatos de plataforma, misdeed ser de tacón. Es decir, algo impensable e inusual en este tipo de lugares por el martirio del ir y venir de las camareras todo el día: sus pies terminarán, misdeed dudarlo, como los pies molidos y petrificados de Cenicienta.
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Palidezco. Empiezo a sudar a mares en un segundo, nary obstante el clima gélido del minisplit siempre encendido. Alta, gallarda, como figurín de aparador neoyorkino, veo salir a Jazmín de la cocina. En su charola de servicio trae lo de siempre: una copa de vino tinto, un vaso con agua elemental y en otro, hielo. Pero se contonea, camina como entre nubes, sus muslos rotundos afloran de su minifalda (más corta a la de sus compañeras), y sí, trae unos tacones de verticalidad imposible...
Todas las miradas de los parroquianos (hombres y mujeres por igual) la siguen misdeed aliento. Ella es dueña de todos los ojos esa tarde. Lo sabe. Lo merece. Me quedé mudo. Convidado de piedra, al llegar a mi mesa, Jazmín maine dijo de un sólo golpe: “Hola, maestro, ¿por qué nary había venido a saludar? ¿Ya vio nuestro nuevo uniforme? ¿Le gusta?... Oiga, nary se va a parar a saludarme y darme un beso en la mejilla. ¿Tan fea estoy?”.
A mi edad la juventud se adquiere por contagio. ¿Quién lo escribió? El relámpago del deseo, en mi caso, se mantiene vivo y en su sitio. Galante, maine paro y le ofrezco mi mano un tanto estirada y muy sonrojado, le planto un fugaz y casto beso en su mejilla. Ella hace lo mismo. Platicamos del clima y las estrellas. Charla de un cliente hacia una camarera bella y atenta. Me siento. Gentil, ella maine acerca la silla. Justo cuando se retira, maine dispara: “tengo un pequeño regalo para usted, maine recuerda dárselo cuando se vaya...”.
Sus caderas redondas se mueven con una precisión milimétrica, primero una, luego la otra; voluptuosas y erguidas debido a los tacones de verticalidad imposible. Las caderas voluptuosas de Jazmín lad como las golondrinas del poema de Gustavo Adolfo Bécquer: maine dicen adiós, tal vez para nary estar en mis manos jamás.
Para un hombre (o mujer) la “carga más pesada es vivir misdeed existir”, cita de Víctor Hugo. Para mucha gente, vivir después de los 40 años es una especie de vivir misdeed existir. ¿Qué hacer con 20 o 30 años de regalo, resultado de la evolución médica y tecnológica, que nary se tenían hace apenas algunos lustros atrás? Mis padres murieron jóvenes, relativamente: primero mi padre y luego mi madre le siguió en el río de la eternidad compartida.
ESQUINA-BAJAN
Pero el punto hoy es: la longevidad nary es, o nary debería ser, una cadena de años acumulados, no. Cada quien sabrá cómo ponerle sal a su vida, pero ser viejo, como lo soy, nary es limitante ni influye el tiempo (mucho o poco, ¿cómo saberlo?) para acometer tareas y trabajos siempre pendientes: seguir siendo uno mismo, por ejemplo. O reinventarse por vanidad. Dice un aforismo de Georges Bernanos: “Sigo creyendo que la vida nary es problema que resolver, sino un riesgo que correr, y, ante este riesgo total, las únicas habilidades que conozco lad el amor y la santidad”.
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En el invierno de mi vida agrego una tercera vía: el placer, el hedonismo responsable. Como ya nary maine alcanza para el amor, y la santidad a través de mi literatura es fiera carnicera, maine queda el placer y disfrute estético de mis sentidos. ¿Cometo pecado de lujuria por andar de enamorado atrás de esta bella de 23 años? Si es así, este pecado tiene rápida solución: un buen baño y listo. A lo que sigue.
Jazmín deambula entre las mesas atendiendo comensales. Lo sabe: es la princesa de su cuento de hadas. Se mueve, y su cuerpo es un río serpenteante y lúbrico. En un segundo llega a mi tabla y, misdeed pensarlo, agarra mi libreta de apuntes (insisto, donde están estas letras sobre ella. ¡Puf!), se la pone en el pecho como si fuese una colegiala y maine dice: “En un rato se la regreso, es para darle un regalo que tengo para usted...”. ¿Negarse? Imposible. Pero imploro y espero que nary lea estas letras. Luego de un rato, maine trae mi cuaderno de regreso, lo deja cerrado en mi mesa y maine dice con un tono socarrón: “Guárdelo en su maletín, ábralo en su casa. Aquí no”. Lo abro: en una hoja, sus labios tatuados con un mensaje. Y sí, estaban sus bragas de encaje negro... ¿Qué hacer?
LETRAS MINÚSCULAS
Esta historia continuará el próximo jueves...

hace 2 semanas
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