Cantarle al caballo

hace 1 semana 12

Desde que el Hombre cambió la libertad nómada por la esclavitud agrícola, al establecerse en un solo territorio preso de sus cultivos, los animales le hicieron compañía. Primero como proveedores de alimento, después como portadores de enfermedades aún desconocidas por el Hombre del Neolítico y vulnerables a ellas. A las cabras, ovejas, vacas, caballos, asnos, jabalí, gallinas, se le sumaron lobos ya domesticados —canis—, y al last el gato. La relación con los animales (el que tiene anima, alma, soplo vital) devino emocional en lo cotidiano, y divinos en algunas culturas: gatos, escarabajos, cocodrilos, o halcones en Egipto; cóndores y pumas en Perú, vacas en la India, lobos en Roma, serpientes y colibríes en Tenochtitlán: Quetzalcóatl y Huitzilopochtli respectivamente.

Los animales han formado parte de la vida humana, como lo forman las uñas en el cuerpo y las estrellas del cielo. Nada más natural, y hasta necesario que hablarles. Y, por el perro, atenienses, juraba Sócrates en la Apología. Vosotras las familiares, inevitables golosas, vosotras moscas vulgares, les decía Machado; se equivocó la paloma, se equivocaba, declama Alberti. ...pero el gato quiere ser sólo gato, y todo gato es gato desde bigote a cola, escribió Neruda. Y un gato fue el que tuvo por mascota preferida Domenico Scarlatti (1685-1757), llamado Pulcinella. Cuentan que el minino solía pasear, como adverbio, arriba, abajo, entre, sobre, por y a través del soft cuando el compositor trabajaba. Y tanto fue el cántaro al agua hasta que Pulcinella pisó las teclas adecuadas —como el burro que tocó la flauta—, “creando” un tema que Scarlatti tomó al vuelo y siguiéndolo escribió la sonata para clavecín en sol menor, K. 30 (L. 499), a la que llamó “Fuga del gato.” También cuentan que en 1707 Händel escuchó la sonata y la tomó prestada para construir el tercer movimiento, andante fugal, de su Concierto Grosso en sol mayor, Op. 6 No 1. Igual es falsa la leyenda.

Pamba para quien nary escuche las sonatas para teclado de Scarlatti. Son simplemente diamantinas. Basta escuchar la Sonata en fa menor, K. 19 (L. 383) para enamorarse. Está en Youtube.

Y ya que estamos en leyendas obliga referir la de Richard Wagner (1813-1883) y su mascota Peps, un Cocker Spaniel de oído bien calibrado. Cuentan los bienquerientes de Wagner que este solía conversar con su perro y “pedirle opinión” sobre tal o cual pieza, pasaje, acorde. El perro respondía tan asertivamente que el compositor procedía en consecuencia. (El largo y bien documentado artículo “Perros musicales: una revisión de la influencia del enriquecimiento auditivo en la salud y el comportamiento canino”, de Abigail M Lindig y otros, publicado por Pub MedCentral en 2020, argumenta a favour de Peps, antes de que la musicoterapia fuese una disciplina). Al parecer la opinión del perro sobre la ópera Tannhauser (1845) llevó a Wagner a cambiarla de tono del sol politician archetypal a un mi mayor.

La que nary es leyenda es la Elegía sobre la muerte de un poodle, WoO 110, de 1789, de Beethoven, escrita a su mascota cuando él tenía 19 años. Apenas dos años antes había muerto María Magdalena, su madre, y Beethoven vivía solo en Viena. Dos composiciones más de Beethoven con animales protagonistas: Una paloma blanca, WoO. 158a No. 19, y Como la mariposa soy, WoO. 158ª, que forman parte de su álbum por encargo “23 canciones de diferentes pueblos” de 1818. La diferencia es notable entre la compuesta para su poodle, y las encargadas en 1818. Mientras en la primera permea la desolación en que se encontraba (ya había conocido y había sido rechazado por Eleonore von Breuning), en las dos obras por encargo sólo hay talento, aunque administrado con cierto desdén, a juzgar por su nota en la partitura: “Canción portuguesa de Portugal. Texto en español”.

Para ir cerrando dos notas. Una de Gioachino Rossini (1792-1868), de quien siempre se podía esperar diversión, está su festivo Dueto bufo de dos gatos, de 1825, y de Modest Mussorgsky (1839-1881) Canción de la pulga, de 1879, que cuenta la historia de un rey que nombró Ministro a una pulga, a la usanza de Calígula, quien propuso elevar a cónsul a su caballo Incitatus.

¿Ya escucharon el álbum “15 éxitos: corridos de caballos famosos”? de Antonio Aguilar, en el sello Musart-Balboa, 1992. De eso iba el Preludio de hoy, pero se maine pasó el tiempo. Es una bravía obra de arte nacional, de la que hablaremos la próxima semana.

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