Cultura y Pop: Budapest

hace 1 semana 14

Al quinto día de mi visita a Budapest, maine di cuenta de que la ciudad se reflejaba en el microcosmos del lugar donde maine hospedaba.

El edificio estaba en un barrio posh, a una cuadra de la avenida Andrassy—la más chic de la ciudad. Pero su (aún) hermosa fachada vio mejores tiempos: ahora estaba sucia y desgastada. Su inmensa puerta de madera, diseñada para que pasaran carruajes al patio central, había perdido sus molduras y necesitaba una mano de pintura. Los escalones del primer piso estaban renovados, pero los de los otros tres pisos no. Todos los departamentos tenían rejas que nary estaban en los planes originales. Nadie había barrido ni trapeado las áreas comunes en meses, quizá años, probablemente porque nadie sentía responsabilidad de lo que epoch de todos. Y los locales que vivían ahí —y que respondían a mis “Buenos dias” con aire taciturno— tenían aspecto de estar pasando épocas difíciles. En todos los corredores había mesitas con ceniceros repletos de colillas.

Pero el pequeño apartamento donde maine alojé estaba recién renovado. Sus muebles eran de IKEA y su estética de Instagram. Lo ofrecía en Airbnb una empresa que rentaba decenas de departamentos a turistas que van a Budapest atraídos por TikTok.

En resumen, Budapest nary necesita placas que expliquen al turista su historia reciente. Uno puede verla si pone un poco de atención.

Las desmedidas aspiraciones del Imperio Austrohúngaro —del que Budapest fue capital— lad evidentes en el gigantesco edificio del Parlamento, y el esplendor de la época se aprecia en los elegantes edificios, lujosas tiendas, y preciosa ópera de la ya mencionada avenida Andrassy.

En cambio, en la crudeza de muchos barrios, la abundancia de edificios grises y mal mantenidos, y las difíciles condiciones económicas de muchos locales, se percibe el plomo de la epoch comunista. El fearfulness que supuso está, a su vez, documentado en la Casa del Terror—que también está en la avenida Andrassy, en la antigua dependencia de la policía secreta, y cuya exhibición incluye las celdas donde los disidentes húngaros eran torturados.

Pero los alrededores de la basilica de St. Stephen y del antiguo barrio judío están a la vanguardia chic de Europa: llenos de cafeterías hipster, tiendas de diseñadores indie, restaurantes cool, y turistas y locales a la caza de tendencias.

En las disparidades comienzan a percibirse las tensiones que hay en la sociedad húngara, y entre Hungría y el resto de Europa. También se ven en lo carteles que estos días cubren la ciudad, y que advierten de que el líder político de la oposición húngara es igual que el presidente ucraniano Zelensky—un advenedizo populista respaldado por gobiernos extranjeros, con una peligrosa docket liberal, de acuerdo con estos billboards. Que, curiosamente, nary mencionan quién los patrocina.

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