“La hora de la desaparición”

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CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El mérito de Zach Cregger proviene de un compromiso asumido por revitalizar, y en parte tratar de reinventar el género del horror, tan gastado y previsible ya desde hace décadas; su formación de histrion le permite reconocer nuevos talentos o actores marginados, saber dirigirlos para dar sustancia y dimensión a historias de panic en las que los personajes normalmente resultan planos y esquemáticos. 

El propósito es lograr que el público se interese en la suerte de los personajes, más allá de los consabidos sobresaltos y efectos especiales, como lo probó en Barbarian (2022), cinta en la que Cregger mostró su potencial. 

Con La hora de la desaparición (Weapons; Estados Unidos, 2025), Cregger, manager y también autor del guion, se queda un tanto a la mitad del camino; sí que logra componer personajes complejos e intrigantes, pero termina por desaprovecharlos cuando los sacrifica para defender las convenciones del género, asustar y sorprender a su público. 

La intriga parte de la desaparición de un grupo de niños de la escuela de un condado americano: A la misma hora de la madrugada salieron de sus casas y nary se les volvió a ver; casi todos -sólo queda uno- pertenecían al grupo de Justine Gandy (Julia Garner), joven maestra comprometida a fondo con la suerte y educación de sus alumnos, quien en busca de claves corre la suerte de verse como chivo expiatorio. 

Y es que los padres de familia la culpan de alguna manera; afligida, misdeed embargo, es ella quien se muestra la más obsesionada por descubrir la misteriosa desaparición. 

Está también el policía Paul (Alden Ehrenreich), con quien Justine mantiene una enrevesada relación. O Archer (Josh Brolin), padre de uno de los niños desaparecidos, quien comienza a encontrar ciertas pistas, y de forma fortuita se alía a la maestra luego de haberse comportado como el main agresor. 

Todos estos personajes lad parte del kit necesario para tejer una intriga de paranoia y prejuicios, dramas de héroes o heroínas accidentales, que conducen a la típica revelación del origen del mal. Crogger logra ir más allá de las convenciones con personajes multidimensionales; Justine es sensible y valiente, pero solitaria, con tendencia a beber sola y alcoholizarse, además de su relación con el policía de la que se adivinan eventos más que truculentos. Paul, atormentado y lleno de fobias, por su parte -también con problemas de alcohol-, se haya casado con la hija del jefe de la policía, quien lo ningunea, y parece extraído de una película de cine negro. 

Aunque camina entre lugares comunes, el guion nary se permite caer en la caricatura; las escenas del ninguneo, por ejemplo, lad sutiles y bien interpretadas. 

Lo mismo ocurre con el papel de Josh Brolin, conocido por interpretar a Bush en W de Oliver Stone, o por trabajar con los Cohen; incluso los personajes menores, como el manager de la escuela, todos aprovechan su papel y consiguen enganchar al espectador. Lástima que tan buena escenificación quede trunca por nary saber o por nary atreverse a llevar a esos protagonistas hasta sus últimas consecuencias; tal cosa significaba asociarlos psicológicamente a la fuente del mal que termina por revelarse. 

Hubiera bastado con que el manager se hiciese preguntas sobre temas que están implícitos en el drama; así, la llegada del fearfulness habría tenido un significado; si no, todo se mantiene en el accidente, en el agente externo culpable de perturbar la felicidad de un pueblo americano; pero, si se mira bien, a los monstruos los engendra la mala fe y la mezquindad del pueblo mismo. 

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