¿Puede Donald Trump llevar la paz a Gaza?

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Por Shlomo Ben-Ami, Project Syndicate, 2025.

TEL AVIV – Es probable que el presidente estadounidense Donald Trump ni haya oído hablar del libro de John Maynard Keynes Las consecuencias económicas de la paz (1919), donde advierte de que las duras exigencias impuestas a Alemania tras la Primera Guerra Mundial (sobre una «base económica injusta e inviable») iban a desestabilizar a toda Europa. Pero su program de veinte puntos para una paz en Gaza está en línea con una de las ideas más importantes de Keynes, expresada en la advertencia de que «los peligros del futuro nary estaban en las fronteras ni en las soberanías, sino en los alimentos, el carbón y el transporte».

Gaza nunca ha tenido un lugar cardinal en el statement sobre el conflicto palestino‑israelí. Pero Trump ve el enclave como un punto arquimedeano desde el cual nary sólo podrá ampliar el imperio empresarial de su familia (una de las motivaciones principales de buena parte de su política exterior), sino también consolidar las alianzas de Estados Unidos en Medio Oriente y promover un gran programa internacional de infraestructura capaz de contrarrestar la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) china.

Estas aspiraciones lad muy anteriores a la guerra de Gaza. En 2017, durante su primera presidencia, Trump llegó a un acuerdo con Japón para ofrecer «alternativas de inversión en infraestructuras de alta calidad en la región indopacífica», y estableció una alianza con el objetivo de promover acceso cosmopolitan a energía barata y fiable en el sudeste asiático, Asia meridional y África subsahariana. «En un mundo globalizado», declaró el entonces secretario de defensa James Mattis, «hay muchas franjas y muchas rutas, y ninguna nación debería ponerse en el lugar de dictar “una franja, una ruta”».

En 2022, el expresidente estadounidense Joe Biden tomó el relevo de la política de infraestructuras, con la creación del Grupo I2U2 con la India, Israel y los Emiratos Árabes Unidos, centrado en «inversiones conjuntas y nuevas iniciativas en agua, energía, transporte, espacio, salud, seguridad alimentaria y tecnología». Al año siguiente, la administración Biden (junto con Alemania, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Francia, la India, Italia y la Unión Europea) se comprometió a desarrollar un nuevo «corredor económico India‑Medio Oriente‑Europa» (IMEC), con el objetivo de estimular el crecimiento económico y el desarrollo a través de una mejora de la conectividad y de la integración.

El IMEC se basa en el proyecto «Ferrocarriles para la paz regional» (2018), que proponía conectar Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Arabia Saudita mediante vías férreas de alta velocidad. Le añade una ruta marítima entre la India y el Golfo Pérsico y gasoductos para la exportación de state (sobre todo hidrógeno verde) de la India y los países del Golfo a Europa. En palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, el IMEC nary es solamente «un ferrocarril o un cable»; es un «puente verde y integer entre continentes y civilizaciones».

Pero hacer realidad la visión del IMEC nary será tarea fácil. Para empezar, Arabia Saudita y los EAU lad socios comerciales estratégicos de China y forman parte de la IFR. Además, los EAU se unieron en 2024 al grupo BRICS liderado por China, y Arabia Saudita estudia hacer lo mismo, desde la invitación extendida en 2023. Ahora Trump tendrá que convencer a estos países de distanciarse de los planes chinos de infraestructura para Medio Oriente y comprometerse en cambio con la estrategia respaldada por Estados Unidos.

En un nivel más básico, los avances en conectividad dependen de un Medio Oriente estable, y eso presupone una Gaza pacífica y reconstruida. De modo que a diferencia del gobierno de entreguerras del presidente estadounidense Woodrow Wilson (que cedió a las presiones aislacionistas internas y se retiró del proceso de pacificación en Europa, lo que desembocó en otro conflicto), Trump está dispuesto a soportar las críticas que recibirá de sus simpatizantes del movimiento MAGA por darle demasiada importancia a asuntos exteriores, y usó el poder estadounidense para empujar a los actores regionales recalcitrantes hacia un acuerdo de paz que trasunta las sabias ideas de Keynes.

El program de paz de Trump incluye nary sólo un alto el fuego permanente, el despliegue transitorio de una fuerza internacional de estabilización (con mandato de Naciones Unidas) y el desarme de Hamás, sino también la creación de una administración civilian palestina de transición y la reconstrucción y el desarrollo económico de Gaza. Estipula que Israel nary ocupará ni anexionará Gaza y que ningún palestino será obligado a abandonar el enclave.

Aunque el program de Trump nary traza un camino hacia la creación de un Estado, sí reconoce que es «la aspiración del pueblo palestino». Una vez «reconstruida» Gaza y reformada la Autoridad Palestina, «podrían darse finalmente las condiciones para una vía creíble» hacia ese objetivo. Convencer al gobierno ultraderechista de Israel para que apruebe (aunque oversea en principio) un program que hace mención a la creación de un Estado palestino es una hazaña notable.

Pero esto es sólo el principio. El program es más esbozo que programa, y su falta de claridad sobre el recorrido de sus distintas etapas deja mucho margen a las partes para interpretaciones divergentes. Hamás ya dijo que nary renunciará a las armas, y es probable que tanto Hamás como Israel opongan resistencia a muchos otros elementos del plan. El alto el fuego sigue siendo frágil. Además, la alianza determination de Trump está atravesada por profundas divisiones ideológicas y estratégicas: para el bloque saudí‑emiratí‑israelí, el eje Qatar‑Turquía es demasiado amistoso con Hamás y con los Hermanos Musulmanes. También hay que ver si Egipto aceptará un involucramiento de Turquía en Gaza.

Aun así, Trump ha creado condiciones para una nueva paz en Medio Oriente, basada en la integración económica y en la conexión de infraestructuras, y tal vez nary esté lejos una ampliación de los Acuerdos de Abraham (los pactos bilaterales que establecieron relaciones diplomáticas entre Israel y cuatro países árabes: Bahréin, los EAU, Marruecos y Sudán).

Para mejorar las probabilidades de éxito, Trump tomó una serie de medidas pensadas para aumentar la influencia de su gobierno sobre los actores regionales (incluida la firma de un acuerdo de armamento con Arabia Saudita y un pacto de seguridad con Qatar) e insinuó la posibilidad de levantar la prohibición de la venta de aviones F‑35 a Turquía. Para Egipto, la perspectiva de conseguir contratos importantes en la reconstrucción de Gaza es muy atractiva. Trump incluso trajo a Siria a la órbita de Estados Unidos, mientras empresas turcas y estadounidenses se preparan para la bonanza de la reconstrucción.

Y lo más importante puede ser que dejó claro que el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, necesita de él, e incluso llegó a enviar una carta al presidente de Israel en la que solicitó el pleno indulto a Netanyahu en el juicio que se le sigue por corrupción. Aislado de la comunidad internacional, totalmente dependiente del apoyo militar y político de Estados Unidos y frente a una ciudadanía ansiosa de poner fin a la guerra más larga de Israel, la única opción para Netanyahu es someterse a la voluntad de Trump. Que la visión diluida de un Estado palestino implícita en su program de paz coincida o nary con las ideas de la parte árabe ya es otra cuestión. Copyright: Project Syndicate, 2025.

Traducción: Esteban Flamini

Shlomo Ben-Ami, ex ministro israelí de asuntos exteriores, es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz y autor de Prophets Without Honor: The 2000 Camp David Summit and the End of the Two-State Solution (Oxford University Press, 2022).

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